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Democracia radical en Adela Cortina

Por: Rossel Montes

Adela Cortina es una filósofa española, que ha sido galardonada en varias ocasiones obteniendo el doctorado honoris causa por dos veces.  Nació en Valencia en 1947  donde ejerció como docente hasta su retiro, formándose en Alemania con una beca, donde pudo estudiar de cerca con Jurgen Habermas y Karl Otto Apel; La «Ética del discurso» de la segunda generación de La Escuela de Frankfort fue importante para la filósofa española.  Este año la filósofa ha sido galardonada con una investigación sobre ella: Ética y filosofía política: Homenaje a Adela Cortina (editorial Tecnos).

Las teorías de la democracia en el siglo XX son muy diversas y prolíficas, estas se intensifican en momentos de revoluciones y crisis políticas. Con el avance del totalitarismo en el siglo XX la democracia a secas ya no era suficiente, aunque desde las revoluciones burguesas se venía hablando de mejorar la democracia, hacerla más amplia, más acorde con los grandes cambios de las sociedades de masas, más acorde con el capitalismo.   La tradición liberal y la democracia representativa se habían acoplado casi de forma perfecta  al capitalismo, ya que el Estado liberal y el modo de producción capitalista necesitaban de las máximas libertades, la protección del individuo: el liberalismo es esa teoría y la praxis de la defensa de la libertad individual. Tal como lo entendía Bobbio y Sartori el liberalismo produjo una concepción del hombre individual como átomo, donde el individuo debe salvaguardar su libertad de los embates del Estado, el individualismo posesivo parafraseando al politólogo canadiense  a C.B  Mapherson, era producto de un capitalismo cada vez más agresivo y que necesitaba de manera urgente de una democracia formal, una democracia que supiera utilizar el poder de las masas de forma instrumental, en términos de critica kantiana, el hombre había devenido en un medio para la democracia representativa, no un fin. El liberalismo y su época creó un Estado liberal oligárquico, donde las élites, las oligarquías y las poliarquías como bien acuñó el politólogo norteamericano Robert Dahl, eran los detentores del poder sin ningún tipo de poder que pusiera en riesgo sus beneficios. A inicios del siglo XX Max Weber anunció sobre la «racionalidad» de la sociedad capitalista y los peligros de la burocracia, los burócratas era la nueva tipología del modus vivendi del capitalismo, lo que posteriormente Hannah Arendt llamó la banalidad del mal que se propagó a través de las burocracias.  La «ley de hierro de la oligarquía» de Robert Michels que aseveraba que toda sociedad tendía hacia la creación de oligarquías y que la democracia era imposible, muy acorde con las teorías del Wilfredo Pareto y Gaetano Mosca, simpatizantes primero del socialismo y ulteriormente del fascismo. Ambos pasaron a ser teóricos de la sociología política y la ciencia política de su tiempo. Michels, Mosca y Pareto insistieron en el carácter persistentemente oligárquico de la estructuras sociales, en este sentido para estos teóricos, la democracia profunda era un imposible, pero la democracia formal si era viable.

De estos postulados de la persistencia de elites en las sociedades de masas y de toda formación social, al menos donde hay grandes conglomerados de personas con diversos intereses, el surgimiento de elites es evidente, aunque la antropología cultural y política demuestre que esto no es tan válido en otras formaciones sociales donde el poder político no está estructurado de forma tan jerarquizada. El elitismo democrático convierte la democracia en un instrumento, no es la decisión del pueblo en los asuntos públicos, no es la autonomía, la creación de seres libres, pensantes y deliberantes capaces de auto constituirse y auto definirse en ciudadanos que desarrolles una cultura democrática y un ambiente societal donde se respeten los derechos fundamentales de los individuos, y la dignidad humana lo más importante, sino el procedimiento institucional e intrumental del voto y la competencia por el poder.

Las teorías de la democracia participativa que surgirán posteriormente al elitismo democrático pregonado por Josep Schumpeter en su famoso libro “Capitalismo, socialismo y democracia” publicado en 1943, donde el autor será el fundador de una tradición de la democracia como democracia como procedimiento ( democracia procedimental), donde los partidos políticos tendrán mucho protagonismo, un excesivo poder que será parte fundamental del andamiaje del poder de las democracias representativas que ven con desdén la profundización de las democracias, el elemento de la participación será mal visto, la participación solamente será reducida a su forma electoral. Los partidos políticos ofrecen a sus candidatos como el vendedor ofrece las mercancías en un gran mercado. En ese sentido la, relación entre liberalismo y democracia será una relación defectuosa y reaccionaria, que impide el desarrollo expedito del ser humano.

La teoría de la democracia pregonada por Carole Pateman, C.B Mapherson,  Claude Lefort, Cornelius Castoriadis, en alguna medida Norberto Bobbio, y algunos críticos comunitaritas del liberalismo como Michael Sandel agudo crítico de John Rawls y su teoría de la justicia y de Robert Nozik. Esta teoría participacionista será una dura respuesta al procedimiento electorero de la democracia representativa o en términos marxianos: democracia burguesa. El participacionismo insistirá en que la democracia estaría viciada y perderá su razón de ser si no tiene el acicate de la participación, un sistema que no aliente la conversión de sus ciudadanos en sujetos realmente autónomos y libres es un sistema fallido y propenso al totalitarismo y al despotismo, a la perdida de la libertad, a la robotización, a la alienación, a la heteronomía.

En este sentido tenía razón Foucault, el poder político está disperso en la sociedad, como lo indica en su microfísica del poder, en viva polémica con el marxismo que pregona una concentración societal del poder político, la democracia participativa y ulteriormente la radical estaría acorde con el pensamiento de Foucault y la dispersión del poder. En esto la sigue muy bien Chantal Mouffe, continuadora del post-estructuralismo foulcautiano, el marxismo Gramsciano y la gramaticología derridiana, lo que inaugura es un post-marxismo y una teoría de poder político como agonía, una teoría de democracia radical.

¿Pero que es la democracia radical?  Para Mouffe es radicalizar los viejos postulados de las democracias formales y la democracia participativa,  donde se acepte la diferencia y conflicto como parte fundamental de los procesos sociales, y no se vea el conflicto como algo aparte y que hay que combatir.

Adela Cortina mezcla las más profundas teorizaciones sobre ética con la filosofía política, textos como «Ética mínima», «Ética aplicada y democracia radical», y más recientemente ha acuñado el término “aporofobia” miedo al pobre, por las recientes olas migratorias hacia Europa proveniente de África. Es muy evidente en su teorización ética la ética del discurso de Otto Apel y Habermas y la acción comunicativa.

 Cortina dejará bien claro que una democracia radical significa dejar atrás  concepciones tales como la representativa, para la cual la democracia solo es un cúmulo de procedimientos que tiene como cometido simplemente aliviar el conflicto a través de la distintas representaciones de los sectores en pugna, en este sentido los partidos políticos son fundamentales para la democracia como procedimiento, el mismo Castoriadis se preguntaba ¿Qué pasará con los partidos políticos en una democracia más profunda? Aun no lo sabemos, pero seguramente no tendrán razón de ser.

“Es producto de la democracia de partidos que tenemos en nuestro país, que no es sana en absoluto. Los partidos compiten por el poder porque éste supone tantas ventajas, tantos intereses concentrados que las palabras transparencia y verdad las olvidan pronto. Es tal la aspiración por el poder que no ponen en obra estas palabras. Se juegan mucho: colocar a un montón de personas, demasiados privilegios…. La democracia de partidos hace agua en nuestro país. Hay que cambiarla, porque un poder tan focalizado lleva a que los políticos digan «a» sólo porque el otro partido dice «b», para ganar votos y ampliar cuota de poder”.( Cortina, Ética aplicada y democracia radical)

 El poder político desde la modernidad y sobre todo Max Weber se ve como violencia, como coerción, como dominación, en este sentido la Ética del discurso de cuño Habermasiano debe  dispersarse a través de una acción comunicativa, profundizando las relaciones intersubjetivas entre los grupos. También el profesor Enrique Dussel ha insistido en superar el concepto del poder político como violencia de corte weberiano, y su teoría del Estado, sobre todo por el marxismo clásico y ortodoxo, que piensa que el Estado debe de desaparecer por ser la quinta esencia de la desigualdad y la violencia sobre el resto de la sociedad.

Adela Cortina acierta en su opinión sobre la función de los partidos políticos como concentradores de cantidades excesivasde poder que la razón moral de su función se extravía fácilmente. En este sentido las raíces éticas de la democracia no está conectada con la función ética de formar ciudadanos integrales y la funciona inmoral de los partidos políticos en su afán de competir por el poder político como mercancías en el mercado.

Bibliografía

Bachrach, Peter, Crítica de la teoría elitista de la democracia, Argentina, Amorrortu, 1973

Sartori, Geovani, Teoría de la democracia, Madrid, Alianza Editorial, 1990.

Laclau, Ernesto – Mouffe, Chantal, Hegemonía y estrategia socialista, Hacia una radicalización de la democracia, Madrid, Siglo XXI, 1987.

Cortina, Adela, Ética aplicada y democracia radical, Madrid, Tecnos, 2008

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