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El programa Jóvenes Constructores han graduado a 2,036 beneficiarios en Honduras y 1,593 en El Salvador, dándoles habilidades para la vida con las que afrontan el trabajo y las relaciones sociales.
Resumen
RI
Los jóvenes graduados en los centros de alcance de Cofradía, en San Pedro Sula, en el norte de Honduras, encuentran empleo y renuncian a la violencia para bailar en zancos y olvidarse de las pandillas

Jóvenes constructores

Jóvenes Constructores han sido un éxito al lograr que siete de cada diez jóvenes estudien o tengan empleo. Además, su impacto ha reducido a la mitad los reportes de asesinatos y extorsiones en Centroamérica. Capacitándose en los CDA de Cofradía, Fernando Valladares y Selena Morales encontraron un escape de la violencia y la incertidumbre por medio del arte y el trabajo


San Pedro Sula, Honduras | Reporteros de Investigación. “Cuántos errores pudiéramos evitar si tan sólo escucháramos a nuestros padres” es el mensaje escrito en letras anaranjadas en el parquecito junto al centro de alcance (CDA) La Fortaleza, en la colonia del mismo nombre del distrito de Cofradía. El CDA en este distrito del noroeste de San Pedro Sula, en la costa norte de Honduras, se alza sobre una loma cubierta de casas y árboles.
Frente al edificio verdiamarillo hay un campo de fútbol con porterías metálicas brillando bajo el sol. El calor secó el zacate del campito, cubriéndolo de briznas amarillentas.
La mañana es silenciosa en este distrito rural. Para llegar aquí, doblamos a la derecha en la carretera del Sur, antes del puente de Chamelecón, y subimos por una calle entre cerros que también conduce a Ruinas de Copán. Son kilómetros flanqueados de cerros y hondonadas salpicadas de campos de labranza y vecindarios. Negocios de gaseosas y golosinas aparecen entre los árboles al lado de la calle.
Aunque es uno de los 20 distritos sampedranos que en total tienen más de 800,000 habitantes, Cofradía no tiene anchas calles pavimentadas ni edificios de más de dos pisos. Su principal rasgo es que le pertenece parte de la sierra de El Merendón, que da agua y oxígeno al municipio.
Cofradía es tan distinto que ha querido convertirse en otro municipio. Muchos de sus habitantes son agricultores. Otros toman autobuses para “chambear” en la ciudad o en las fábricas que bordean la carretera del Sur.
A pesar de su gran tamaño, Cofradía no sale en algunos mapas municipales. Tiene decenas de colonias y barrios, pero también muchas “invasiones”, es decir terreno privado o ejidal que de repente aparece sembrado de covachas de cartón y plástico. Los “invasores” no tienen agua ni electricidad, pero al menos tienen donde vivir. Se asientan donde las urbanizadoras aún no construyen casas como quien tira dados en una mesa.
Sobre el campo de fútbol del CDA La Fortaleza se desplazan cuatro tubos de metal que hacen clac al chocar con las piedritas, dejando caer sobre la hierba la sombra de una tijera que se abre y se cierra.
Después pasan corriendo pequeños pies sin zapatos o dentro de tenis descoloridos y polvorientos, con los sucios cordones sueltos. Se oyen risas bajo el sol. Los tubos se detienen bajo la sombra de los árboles que flanquean el edificio de La Fortaleza.
“Vaya, cipotes, hagamos un círculo”, dice la voz de Fernando Valladares, joven constructor y voluntario del CDA, quien tiene las piernas atadas a los tubos metálicos: son los zancos que lo hacen verse más alto.
Con los zancos puestos, Fernando tiene una altura de dos metros y medio. Un adulto a su lado se ve como un niño y un niño como un bebé. El zanquero que acompaña a Fernando se llama Nemis Osmar Zavala Alvarado y tiene 17 años. Ambos son delgados y ágiles.
Fernando les indica a los niños que se levanten para participar en un juego. Fernando, de 20 años, se ríe constantemente mientras se pasea como un gigante bajo los árboles. “Hagamos una competencia de fuerza”. Los niños se toman de las manos y jalan para ver quién se cae. Los zanqueros forman un arco sobre ellos. Una de las parejas se desliza y pierde el juego.
A Fernando le gusta andar en zancos y explicar cómo se los pone. “Hay que tener cuidado de dejar bien ajustado el velcro en las piernas para que no se te zafen. Tienen caucho en la parte de abajo para no caernos”.
 

La luz rebota en el charco de agua que se extiende sobre el pavimento. Las gotas que caen del pico de una pistola de bomba gasolinera levantan en el charco pequeñas olas con los colores del arco iris.

La muchacha pone la pistola de gasolina en el receptáculo de la bomba. “Son 240 con 60”, dice. Agarra los 500 lempiras por la ventanilla del pickup. Se saca un puñado de billetes de la camisa roja de su uniforme de trabajo, cuenta el vuelto y se lo entrega al cliente. El pickup se aleja entre el vapor que se levanta del pavimento.

Es raro que una mujer haga el trabajo de bombero, como llaman a quien despacha combustible en una gasolinera, pero el distrito sampedrano ya se acostumbró a llamar “bombera” a Selena Morales. Ya no le extraña tanto que ella se moje de gasolina los zapatos, se manche de polvo y grasa y ande entre bombas de combustible, bajo el sol quemante.

Como toda la juventud de Cofradía, Selena afronta los problemas de vivir en una zona rural. Ella no viaja a San Pedro Sula a trabajar, pero muchos residentes del lugar tardan dos o tres horas en ir y volver de la ciudad.

La gente de Cofradía viaja a los centros de trabajo y escuelas en San Pedro Sula apretujados y sudorosos en destartalados microbuses y buses “coaster”, apodados “rapiditos”. Un obrero de esta zona que viaja todos los días a la ciudad no se da el lujo de pagar taxi.

La mayoría de los distritos sampedranos están en el sureste. Cofradía, en el noroeste, abarca 54 barrios y colonias que incluyen la Vida Nueva, donde vive Selena. Cofradía pertenece al municipio de San Pedro Sula, el “motor industrial de Honduras” porque está cerca de puertos importantes, se halla en un valle fértil y conserva sus montañas y fuentes de agua.

Cinco de cada diez habitantes del departamento de Cortés viven en San Pedro Sula, donde una de cada diez casas no tiene piso adecuado. Cofradía agranda las cifras con sus “invasiones” de casas hechas de desechos, sin servicios básicos. Algunos invasores vienen de lejos, ya que cuatro de cada diez pobladores de San Pedro Sula no nacieron en el municipio.

Selena es parte de la población más grande del municipio: los jóvenes. En áreas rurales, la edad promedio es de 21.6 años y en las urbanas es de 23.7. Selena tiene trabajo, pero otros no lo tienen en San Pedro Sula, donde la tasa de desempleo abierto es de 7.8%. La mitad de los desocupados son jóvenes. De los 291,048 desempleados del país, 49.4% son menores de 25 años, según la Secretaría del Trabajo de Honduras.

Selena trabaja en el sector de servicios, pero la mayoría de los sampedranos laboran en la industria y el comercio. Una de cada tres personas trabaja en fábricas y una de cada cuatro se dedica al comercio.

En Cofradía, la vida es barata pero compleja. Aquí se mudaron algunas pandillas expulsadas de Chamelecón al instalarse allí en 2017 una base de la Policía Militar del Orden Público, creada en 2013 por el presidente Juan Orlando Hernández para amordazar las críticas a su reelección, según la oposición, y no para “combatir la delincuencia”.

Selena no escapa de la violencia, pero sí de la incertidumbre al emplearse de bombera con esfuerzo propio y el apoyo del programa Jóvenes Constructores. La iniciativa capacitó a Selena en el CDA de Cofradía.

Selena y Fernando Valladares se graduaron en el programa. Ambos no sabían qué hacer con su vida hasta que el programa de la organización Catholic Relief Services (CRS) les enseñó habilidades para ganarse la vida y afrontar sin miedo el día a día.

CRS es una organización católica estadounidense que, según su sitio web, “cumple la misión y el compromiso de ayudar a los pobres y vulnerables en el extranjero”. Establecida en 1959 en territorio hondureño, CRS ha beneficiado a unas 285,000 personas y abarca programas y componentes que educan a campesinos y jóvenes.

Selena y Fernando son beneficiarios de centros de alcance apoyados por la institución católica. Los CDA previenen la violencia juvenil, ocupan edificios que pertenecen a la sociedad civil y reciben apoyo gubernamental y empresarial. Forman una red de 25 locales en San Pedro Sula y 70 en Honduras que motivan a los jóvenes a rechazar la violencia, desarrollar o mejorar competencias, construir un plan de vida y ser parte del desarrollo de su comunidad.

 

“Soy bombera. Les echo gasolina a los carros y motos”, dice Selena. “Al principio estaba apenada. Pensaba que era solo para hombres. Mis amigas me preguntan cómo me siento y la verdad es que al principio fue difícil. Para muchos es un reto salir de nuestra zona de confort”.

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    <h4>                                                                          Créditos</h4>

 

Coordinación del proyecto: Dunia Orellana
Edición: Javier Drovetto, Lourdes Ramírez y Wendy Funes
Textos: Dunia Orellana y Dennis Arita
Edición de video: Dunia Orellana y Dennis Arita
Fotos y video: Cristina Santos
Gráficos: Dennis Arita
Audio de texto: Sergio Bähr y Lourdes Ramírez
Colaboración: Kenia Méndez, Cristian Martín, Luis Vallecillo y Telma Quiroz

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