fbpx

Solidaridad social versus maldad pura

Por: Rossel Montes

Tegucigalpa, Honduras | Reporteros de Investigación. Creo que la política debe tener como cometido el Bien común, aunque en el contexto actual ese cometido cada vez esté más alejado de nuestro horizonte. Estamos en plena campaña política y en plena crisis-, nuestra “clase política” parafraseando a G. Mosca que no tiene ni la más mínima formación, ética, amor y compiten de forma agresiva como quien vender productos en un mercado capitalista; lamentablemente a eso se ha reducido el sistema de partidos en las democracias representativas. Los partidos tradicionales sienten un desdén por el pueblo, por las instituciones, y un gran amor por el poder y el statu quo, y no importa que haya que hacer para mantenerse ahí. Los seguidores del Barbudo de Tréveris ya no le apuestan al cambio que viene de los movimientos sociales, sino, a la reforma electoral, al cambio muy lento (Evolución). Espero que la izquierda parlamentaria mejore en un próximo futuro inmediato, ya que la participación de todas las fuerzas políticas contrarias es el acicate de una democracia más o menos sana. La percepción que tengo es que estamos actualmente sin rumbo, una élite y clase política históricamente desconectada de las grandes mayorías, que no le interesa realmente la democracia y el bien común. El ciudadano de a pie no se siente parte del sistema, cree este no se puede cambiar o modificar, pero también se frustra cuando ve que se cometen actos abominables de corrupción que atentan contra todos, contra los más pobres, en un país tan miserable. Toda esta desmantelada y defectuosa estacionalidad, se acabará cuando esté país inicié por la senda del cambio y la reforma, por el camino del fortalecimiento de sus instituciones y no su destrucción, de un plan de nación, un desarrollo económico armonioso y humano. Cuando se entienda que este país no es una hacienda privada, sino un gran país que clama por mejores gobernantes y mejores derroteros.

Castoriadis solía argumentar que la esperanza y la solidaridad es esa suposición ontológica que une el ethos de una sociedad determinada, mucho antes que él, el sociólogo Émile Durkheim explicó la relevancia de la solidaridad a social –tanto mecánica como la orgánica-para la construcción de las individualidades y la noción de lo colectivo, es decir, la creación de una ontología de lo social. Tanto así que Durkheim enfatizo en decir que era la solidaridad la que, hacia la vida en sociedad, tanto como Marx argumentó la capacidad productiva del individuo y su necesidad de autorrealización ontológica-social: la solidaridad social ataca al individualismo desde sus mismas raíces, sobre todo en esta algarabiada hipemoderna del individualismo consumista que le hace creer a los individuos que el tener está sobre el ser. El ser humano es un ser que agrupa de forma coherente todas las individualidades egoístas y le da una normatividad y un sentido social e histórico, es decir, una razón de ser a una sociedad históricamente determinada.

El hondureño ha desarrollado una conciencia colectiva, en medio de una formación social y estatal que no prioriza sobre la capacidad creativa el individuo, al contrario se le desdeña y le convierte en un ser de segunda clase, esto lo podemos corroborar a lo largo de toda nuestro recorrido histórico, desde el periodo colonial pasando por la confederación, la Reforma liberal y los imaginarios nacionales del siglo XX, donde la construcción de una sociedad oligárquica era el acicate de una elite históricamente desconectada de las granes problemáticas y drama humano de la hondureñaridad. El surgimiento de un movimiento obrero y las ulteriores huelgas obreras serían un tipo de sentido colectivo, de lucha social, que redireccione a la sociedad por la senda de la solidaridad, sin olvidar la lucha de las mujeres por espacios en el todo social y conseguir una democracia paritaria, según los lineamientos de Celia Amorós y buena parte de feminismo contemporáneo.

Pero hay momentos en los que esa esperanza hace vuelo e irrumpe en la escena social una solidaridad social y un humanismo que pensábamos estaba soterrado e inexistente en nuestra formación social; la actual crisis desatada por El huracán ETA ha desatado una solidaridad exacerbada que contrasta con el desinterés, ninguneo mezquinad y yo podría decir que, hasta maldad del actual gobierno, de hacer frente con la problemática y dar asistencia humanitaria a miles de damnificados. La solidaridad es profunda, y el mal es infinito; el Partido nacional ha dado muestras de una histórica inoperancia e intenciones malévolas hacia la población, un partido que históricamente ha gobernado con mano dura, siempre salvaguardando los intereses de las elites retrogradas de este país, que se niegan a admitir el más mínimo cambio social, que no les interesa la democracia más que para refugiarse en esa palabra cuando les conviene, pero recurren al autoritarismo y la dictadura cuando les conviene. La democracia nimiamente es ir a elecciones cada 4 años, eso solamente es un pilar, de la democracia mínima como diría Bobbio o Sartori o Dahl, pero esas irrupciones espontaneas de solidaridad nos enseñan que la construcción de una cultura democrática y una democracia radical y participativa son posibles. La filosofía y sociología política de la democracia participativa es la construcción de un ethos cargado de colectividad y el bien común; ahí reside la diferencia entre lo político y la política. La democracia siempre debe combatir a la maldad y todo elitismo social con solidaridad, con la colectividad, con la comunidad, la comunidad de los pobres como diría el profesor Dussel.

 

Últimos artículos

Artículos relacionados

Descubre más desde Reporteros de Investigación

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo