Por: Rossel Montes
Desde los orígenes de la democracia moderna, la defensa de los derechos elementales del ser humano ha sido uno de los acicates de este movimiento de emancipación y la búsqueda de la autonomía, entendida la democracia como el régimen y procedimiento que busca la liberación y la deliberación de de los seres humanos, de todos los integrantes de una sociedad en una época histórica determinada (Alain Touraine). A decir de N. Bobbio, la democracia de los modernos trata de darle al ser humano su dignidad y su lugar en el todo social, la irrupción de la ciudadanía en la modernidad hace que la sociedad se complejice y traiga consigo nuevos problemas que la democracia antigua no tenia. El discurso liberador-emancipatorio de la democracia formal contemporánea se debía a la lucha de la burguesía en ascenso contra las monarquías que gobernaban a Europa por siglos, en ese sentido la democracia ocupaba ser lo más inclusiva posible.
Muy pronto la construcción de democracias parlamentarias en Europa se ven obligadas a construirse al calor de las nuevas demandas de los sectores que piden ser incluidos en la dinámica participativa y material-sustancial del fenómeno democrático. Las demandas del movimiento obrero, cartista en Inglaterra, el movimiento feminista de la segunda Ola, que es teorizado por John Stuart Mill y la Socialdemocracia Europea, Augusto Bebel “ La mujer y el socialismo”etc.
Podría decirse que al igual que la democracia es un régimen histórico, una construcción social, geográfica, ética y determinada con el tiempo, los derechos humanos también son una construcción histórico-social, que se moldea con las circunstancias de una época determinada, y su definición está intrínsecamente ligada al núcleo social que representa.
En este sentido, el Estado democrático de derecho moderno, es el producto más acabado de constitucionalismo, creado para velar por la fundamentalmente por el reconocimiento y defensa de los derechos básicos de los ciudadanos.
Al mismo tiempo que la democracia y los derechos humanos tienen una relación demasiado intima, y uno no puede existir sin la existencia del otro, la tensión entre el liberalismo y su entendimiento fenomenológico y ontológico sobre la naturaleza de los derechos de la colectividad, como sabemos, el Estado liberal privilegia el individualismo, muchas veces, exacerba estos postulalos como en el caso el neoliberalismo y su amigo cercano la Posmodernidad, que en muchos casos fomenta el nihilismo y un desarraigo respeto de la colectividad cayendo en un individualismo reaccionario que obstaculiza la creación de un régimen de democracia deliberativa (Habermas).
Algunas posturas democráticas, sobre todo la teoría elitista de la democracia de Weber a Sartori, o la democracia Hegemónica como argumenta Buenaventura do Santos, la democracia solamente es un regimen procedimental, según Schumpeter este régimen solamente debe limitarse a la elección a nivel partidario de los individuos “más aptos” para la competencia por el poder político. Esto lo explico en mi artículo “La teoría elitista y participacionista de la democracia”. La democracia entendida como participación radical de los ciudadanos en todos los asuntos del Estado, y no solamente democracia y derechos humanos como la facultad que tienen el pueblo de elegir a sus gobernantes, y participar en las políticas públicas diseñadas para la participación.
La Carta democrática interamericana es muy clara en sus postulados: respeto a los derechos humanos y libertades fundamentales, acceso al poder, celebración de elecciones periódicas, régimen plural y de partidos, separación de poderes públicos. Podemos ver que la relación radical que existe entre un régimen democrático, “democracia mínima” según Bobbio y la constitución ontológica del ser humano: ya el liberalismo clásico contiene en su esencia los postulados que las teorías participativas y radicales de la democracia postulan, pero que no se llevan o no se materializan, por múltiples razones. Al profundizar los postulados participativos de la democracia, la pluralidad de la que teoriza la belga Chantal Mouffe, el Estado liberal se evaporizaría y devendría en otra cosa, otra Res publica.
La situación actual del caso de Honduras es muy particular: tenemos un Estado que se ha debilitado en sus postulados republicanos, una democracia constitucional que se desquebraja producto del destructivo papel de los partidos políticos traidicionales, podríamos decir que la democracia mínima se ha evaporado y estados en una dictadura suigéneris, un régimen autoritario que ha cooptada todas la instituciones estatales para su propia dinámica autoritaria. El excesivo papel de la figura presidencial es un claro ejemplo de los aspectos nocivos de una antidemocracia: el ejecutivo pone y dispone en todos los asuntos de la vida pública, dejando a la sociedad civil y las grandes mayorías en estado de indefensión.
No existe democracia donde no haya una verdadera garantía de los derechos humanos, y estos solamente podrán ser garantizados en un régimen democrático. Democracia y derechos humanos, una relación dialéctica de alta tensión pero insoslayable si quiere construir un sistema político y social que dimensione al ser humano en la posición justa, ética y humanista.
Tegucigalpa, 7 de junio de 2018