
Por: Carlos Méndez
El tío Juan el mismo que aparece en aquella fotografía, dándote la mano en las playas de Cedeño cuando vos eras un chigüín de 7 u 8 años, nunca dejó de ser un niño ingenioso, como casi todas las criaturas que vienen desnudos al mundo con una luz en la frente, como vos.
Aprendió de la vida a jugarle sus vueltas empezando por las proezas de subirse a un molendero para alcanzar de una zaranda donde su abuela dejaba en una pequeña paila gastada por el tiempo, una buena ración de rosquetes que horneaba la anciana maternal en la aldea de fuego, esa que no olvidó el viento ni los zanates. Ese tío imborrable como su aldea; que casi se atragantaba a media noche, con los rosquetes de la abuela fingió como vos, estar medio cuerdo para que los adultos se lo creyeran y poder realizar sus proezas humanas sin que lo molestara nadie. Así, logró ser en el taller “Güayo Fiallos” un obrero donde aprendió el abecedario de un forjador de hierro, y a cultivar su mente con lecturas que lo llevaron sin ton ni son a loqueras como leer libros del tamaño de un ladrillo de barro cocido. El Quijote de la Mancha, fue uno de ellos y luego, los poemas de Amado Nervo y Rimas y Leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer, entre otros.
Según iba creciendo como obrero curtido, se aficionó con lecturas raras. Así, se topó de repente con libros de un barbudo Carlos Marx y las de un pelón llamado Vladimir Lenin, que le sirvió para pulir su verbo y enamorar cipotas como a la Modesta y robarse la admiración de sus compañeros obreros, quienes gratamente escuchaban cuando les hablaba de las desigualdades sociales y que les narró con detalles de una famosa huelga de obreros bananeros hondureños en 1954. El tío aprendió a ser medio loco y por eso se ganó el membrete de ser uno de los “pocos obreros intelectuales que yo he conocido” como lo dijo una vez un dirigente sindical de la Cervecería y del Sindicato de Trabajadores de Bebidas y Similares (STIBYS). “Esa papada de Similares nunca lo entendí y sigo sin entender” decía mordazmente y con ello, soltaba aquellas risotadas metálicas que se podían escuchar a varias cuadras de cualquier sitio donde no se le hacía caso a ninguna sobriedad en envase líquido. “Acaso lo de similares” ¿querrá decir alcohol etílico?” repetía, jodiendo el bote. Y todos los que le acompañaban se carcajeaban eufóricos
El tío sufrió de aburrimiento y de estíos en una buena porción de su existencia, por lo cual, se dedicó a refugiarse en sitios de sombras persiguiendo algo de tranquilidad y algo más. Para asustar sus propios miedos los encaró de frente casi viviendo en ellos. Los bautizó con nombres muy propios de su lenguaje de obrero creativo. Al primer sitio que visitó escribió en sus paredes el nombre: AQUÍ ME QUEDO; a otro le puso LA MARGARET TATCHER; otro lugar con aserrín en el suelo, y de rockola destartalada al fondo, recibió el apodo cristalino de, EL ULTIMO, Y ME VOY. Otro lo acuñó con el nada pacifico de, EL GOLFO PERSICO; ese que estaba agazapado detrás de unas montañas de arena, desde donde se podía ver y gozar, el paisaje con aterrizajes y vuelos de aviones comerciales del mortal Toncontín. Todos los bautizos de los sitios para espantar demonios interiores o del alma, fueron marcados para siempre en sendos rótulos y nunca se borraron de su memoria ni la de sus amigos y compañeros de chispa.
Hoy, el tío ha dejado una nota de whatsapp en su celular, escrito con sus pulmones destrozados y con la travesura inigualable, desde un hospital herido de muerte por la corrupción gubernamental de este país destartalado, tiempos perdidos y de soledad. Alcanzó a escribir lo siguiente: – “Por si no los vuelvo a ver, me perdonan mis pecados”, dijo sonriendo apretadamente, con el corazón en su boca.
Y se fue el 8 de abril, con la picardía natural y hermosa del cipote genio que amó la vida suya como la de sus padres, hermanos, esposa, hijos, nietos y sobrinos como vos.
Decile por si no lo has visto aún por allí, ¡que no friegue! Que no tuvo nunca la razón ni la necesidad de pedir perdón por sus actos a nadie. Y que eso mismo le repetiremos cuando lo alcancemos a ver para abrazarlo y continuar amándolo por su jodarria y ternura de cielo.