Magdiel

Tegucigalpa, Honduras. Los vecinos se morían de risa a vista y paciencia de policías municipales, quienes adornan el parque “La Libertad”, el bus se detuvo por el estancamiento vial, todos los pasajeros comentaban sobre la situación del país encarando una escena aberrante pero ninguno hacia nada por resolver la situación: Una mujer de 22 años de edad (más o menos) era asfixiada por otra de unos 25, que además estaba intentando sacarle un ojo con uno de los pulgares de sus manos, por fin el chofer del bus con ruta Flor del Campo-Centro se bajó y apartó a las dos mujeres, hasta que llegaron dos policías motorizados y se llevaron esposada a la agresora.

En un país donde hasta el amor es un acto de violencia y amar o dejarse amar implica llevar a cabo una serie de trámites morales engorrosos, ya el odio es por demás una fuente de nunca acabar. Honduras, donde los hospitales psiquiátricos crecen en demanda y sus habitantes fallecientes son en su mayoría víctimas de enfermedades cardiacas y derrames cerebrales (perdón a las autoridades lingüísticas de la medicina) producidos por el estrés, y el crimen organizado. La falta de trabajo, el miedo a la extorsión, el pánico de no sobrevivir al final del día son el “diariovivir” del hondureño común; el que no cuenta con camionetas último modelo rellenas de guardaespaldas y ejércitos para salvaguardar su vida de sus propios contubernios, o helicópteros para movilizarse como Juan Orlando Hernández, Mauricio Oliva y demás participantes de la escena política.

El país que más bajas tiene en cuanto a la tasa de criminalidad, según argumenta su propio presidente; es el país con un índice de suicidios tal que un hondureño se muere a diario por sus propias manos y catorce más a manos del crimen organizado y el crimen común, sin mencionar los que no mencionan las estadísticas (cifras tomadas de los periódicos locales).

“Matan a tiros chofer de autobús en Tegucigalpa”, dicta un encabezado del diario La Prensa (18 de julio de 2017).

Un fenómeno del crimen organizado es la extorsión y con él las muertes violentas. Aunque el IAIP (Instituto de la información Pública) no tiene o no quiere dar datos precisos de la tasa de muertes por extorsión a causa de violencia por maras o pandillas, es regular cada semana el fallecimiento de un transportista o un empleado suyo por culpa del famoso impuesto de barrio.

“Frente a su esposo matan a mujer en la Flor del campo” (diario El Heraldo, 2017). No es necesario hacer comentarios sobre encabezados como este; es el reflejo de la educación conyugal y de género. Los femicidios conyugales y no conyugales son tema de discusión cada día en el país de Juan Orlando Hernández.

La Flor del campo es una colonia marginal evidentemente cristiana, hay cerca de 10 templos religiosos a lo largo y ancho de su territorio, sin embargo, amar al prójimo es difícil a medida avanzan sus al menos 40 años de historia y en los últimos han crecido más la delincuencia y las noticias de conocidos que fueron asesinados. Aunque la colonia cuenta con una posta policial y retenes militares en sus entradas y salidas el riesgo no disminuye.

Doña Sonia iba rumbo a casa luego de cobrar su pensión, cuando sintió que se le iba el alma. Un hombre gritó a todos los que abordaban la unidad de transporte que se dirigía a la zona del Carrizal: “Vaya pues hijos de puta, saquen el pisto, las carteras y los celulares si no quieren salir acostados de aquí”. Como doña Sonia son miles los aterrorizados por el crimen común que a diario invade a Honduras y la gente se pregunta qué pasó con las promesas de seguridad.

El Carrizal, zona ubicada al otro extremo de la ciudad capital y que está conformada por varias colonias, es otro territorio hostil, donde semanalmente se oyen y se leen noticias en la sección de sucesos de los medios alternativos y no alternativos.

¡Cuatro años más, cuatro años más! Gritan en las consignas los hondureños que hace unos años también salían a la calle a defender la constitución de la República hondureña. Es tanta la necesidad de trabajar que en la tierra de Francisco Morazán cada cuatro años se olvida uno de uno mismo. Con una gubernatura que sin lugar a dudas ha roto todos los esquemas en la idea de país que frecuenta en el imaginario catracho.
Pastores evangélicos como Evelio Reyes, inciden en las decisiones políticas del país soltando charlas motivacionales a favor del olvido y el perdón frente a un grupo de ciudadanos que aceptó haber hecho desfalco en el sistema de salud para financiar propaganda política a favor de ellos mismos.

“Si votan por el comunismo le entregaremos el poder a satanás”, refleja una pastora evangélica en una de sus enseñanzas dominicales de la Iglesia de Dios de La Pradera, haciendo referencia a los partidos de oposición que por mucho llegarían a ser populistas ¿Es posible que Dios avale las alrededor de tres mil muertes del Seguro Social en pro de financiar campañas políticas?

Otros como Óscar Andrés Rodríguez, mayor autoridad católica en Honduras, hasta se toman el tiempo de hacer análisis políticos a favor del prójimo (en el poder).

Reflexión
¿Hay democracia en un país donde hasta los religiosos toman decisiones políticas? Un país que ni siquiera ha superado el medioevo y se conserva como una “nación fellaheem”, un país que ve como mueren sus habitantes después de ser asaltados por toda la cadena taxonómica delictiva que implica un gobierno fraudulento, una iglesia adulterada por el orín del poder que vende a un dios ciego de sí mismo y medios de comunicación que venden su verdad a favor de quien mejor pague aunque esto implique la venta de principios éticos, donde el “periodismo de investigación” es una figura cómica del quehacer político.

 

Escritas por Magdiel Midence (enero 1984), como editor y traductor fue escogido por el IFAL (Instituto Francés para América Latina), para representar a Centroamérica en el Octavo Seminario de Jóvenes Traductores, llevado a cabo en la Ciudad de México D.F. y en la FIL (Feria Internacional del Libro) de Guadalajara, Jalisco en México en 2013. Tradujo al francés el poemario Postales Urbanas y Vitrales de Susana Reyes. Tradujo al español a Gerard de Nerval (Les Chimères et les autres Chimères), compiló la muestra de nueva poesía centroamericana “Deudas de Sangre” publicada bajo el sello de anamá Ediciones. Ha sido editor y columnista tanto en periódicos y revistas nacionales como en el extranjero.

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