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Montesquieu murió en una calle de Tegucigalpa

Por Roberto Benítez

Tegucigalpa, Honduras. En un oscuro callejón de una ciudad sitiada por la corrupción, entre gases, flashes y botas relucientes, la Democracia junto con El, también ha muerto; de nada valieron los gritos frente a los cínicos señalamientos de los padrastros de la patria, de nada valieron las marchas frente al eco de las botas, el horizonte empañado por los gases, el rastro de sangre que han dejado nuestros más de cien muertos, números que no representan nada en las estadísticas oficiales, pero en algún hogar encarnan el vacío de un padre, un hijo, un hermano, un esposo, una madre, un hija, una hermana, una esposa.

Salimos de nuestras casas, a ejercer el sufragio, depositamos en las urnas algo que va más allá de un simple papel; lleva nuestra moral, nuestra ética, el deseo profundo de cambiar las cosas, los jirones de esperanza que nos quedaban, cumplimos con el deber y el derecho a elegir, fue nuestra declaración pública de integridad.

¿Y qué recibimos a cambio?

Nuevamente, pero con renovados brillos, el engaño, un eslogan cínico y mordaz, excluyente de la voluntad de las minorías, además amenazas de callarnos y encerrarnos en lo más profundo del olvido, en alguna de las recién estrenadas cárceles con ayuda de leyes que a matacaballo van creando, que harán cumplir no como un destello de justicia, sino como una forma de terrorismo para espantar los pocos que se atreven a alzar su voz, leyes que además utilizan para protegerse de sus pecados pasados presentes y futuros. Y justo después de que la reelección ha sido impuesta por la fuerza vienen a preguntarnos como deseamos que sea de ahora en adelante, es como si después de una violación te pregunten si deseas ir al cine o a cenar; ese es el pago por esa facilidad con que olvidamos, por esa masoquista manera de aceptar este destino escrito en la agenda política de cada uno de los gobiernos sin importar el color. Y como cuando un ser muy querido es asesinado frente a nuestros ojos y nos llenamos de ira e impotencia, nuestra rabia sigue cayendo en los lugares equivocados, como la piedra que rompe el vidrio, el fuego que incinera la fuente de trabajo de nuestros pares, todo mientras presenciamos la agonía de la Democracia, los espasmos de la libertad.

Lo que resta entonces es creer en unos pocos a los que se les puede creer entre unos muchos de dudosa reputación, que dirigen torpe y desordenadamente una lucha condenada; y el que la mayoría estemos tan ocupados tratando de sobrevivir dentro del 68 por ciento de pobreza que crece como bola de nieve, crea el ambiente perfecto para que la historia se repita como un cliché de novela barata y muchos de los conceptos, definiciones y más, que suenan tan utópicas frente a la práctica: pluralismo, participación democrática, representación del pueblo… promesas de seductor para mancillar la libertad, serán como arena en nuestros bolsillos, epitafios escritos con mordaz ironía.

Epitafio: Aquí yace la Democracia, sus cenizas esparcidas entre el pueblo que bien merece los gobernantes que hasta ahora ha tenido, sin que reciban lo que merecen los antes mencionados.

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