Por Allan Mc Donald
Tegucigalpa, Honduras (Reporteros de Investigación). Yo miré por la ventana.
Afuera caminaba la gente desbocada como cada domingo en Valle de Ángeles.
Mi papá dibujaba en silencio, sin ver más nada que un pedazo de madera donde pintaba recuerdos idos de algún paisaje, era 1980 y mi única lógica de la existencia era ver por la ventana.
En la mesa amarilla donde mi papá trabajaba había un radito azul, rca victor, jamás se apagó ese radio, siempre encendido, pasaban miles de horas y nunca se apagaba la voz de los transistores, y yo con los brazos cruzados bajo la almohada de mis utopías pensaba en los cantantes, en Tres Patines, en los locutores de Escuela Para Todos, en Hedman Allan Padgett, en Catacumbas Calcañal, en Pancho Madrigal, en Camilo Sesto, en Roberto Carlos, en su Gato Triste y Azul y nunca se movían de ese radio, allí vivían eternamente.
Radio monumental, de Richard y Dixie Pedraza, ponían los domingos canciones tristes y a mi papá nunca se le asomaba una lágrima, ni nada, canciones que daban ganas de llorar y nadie lloraba.
-Papá por que no llorás cuando escuchas canciones donde el cantante llora- Le preguntaba al viejo…
Y él respondía sin verme, mientras le temblaban las manos con un lapicito de carbón.
-Sandro tiene sus propias tristezas…
-¿Y ese que canta ahorita como se llama?
-Carlos del Llano, es de Guatemala- decía mi papá.
32 años después, ya cuando el mundo se había despojado del disfraz gris de la vida, como quien se quita una nostalgia robada, y ya cuando todos nos habíamos vuelto viejos…
32 años después, todo había cambiado, la música ya no daba ganas de llorar, y no había más raditos azules rca victor, sino unos aparatitos blancos que se llamaban ipod; Carlos del Llano ya estaba muerto y mi papá también.
32 años después, justamente 32 años después fui a Guatemala a unas conferencias de mi oficio y en la alharaca de la desidia y el viento implacable de la indolencia me salí del hotel y tomé un taxi para vagar sin rumbo.
El taxista, un indio viejo, destazado ya por la vida, se arrinconaba en su viejo Datsun y manejaba con la carga imposible de sus años, con el timón abandonado a la suerte, y escuchaba a Carlos del Llano.
Yo, entonces me acordé del radito azul, de los domingos de antes y de mi papá y le pregunte:
-¿Él es de aquí verdad?
Sí, y vivía acá en los últimos años, era de Quezaltenango, murió en el 2006, hecho mierda, le cortaron las dos piernas por la diabetes, sin un peso… buscó ayuda en el congreso, y como siempre, nunca le dieron nada, el gobierno le prometió y nada, murió pobre y solo… La voz de oro… hecho mierda murió Carlitos.
Le vi los ojos desolados al taxista, cuando me decía:
-La vida es verguiada señor.
-Yo conocí a mi doña con las canciones de él, allá en los 70s en una encocacolada, fiesta estaba buena y vi a la que hoy es mi mujer, sentada, en una graditas, y yo me le acerqué y le dije: bailamos, en la otra me dijo, y esperé y vea señor, lo que es la vida, la otra era pegada, y era una de Carlitos…
Y en el espejo retrovisor se le miraba los ojos como buscando en una rockola esas canciones viejas. El taxista inclinaba su cabeza blanqueada del tiempo maldito que se va y empezó a cantar:
— » Puedes decir que no, que nada he sido en ti
que tu cariño fue, una aventura en el ayer
está muy bien, está muy bien, está muy bien, está muy bien «…
Los ojos ya no eran de un taxista, sino de un espectro, los ojos eran un lodazal de aguas turbias que se encharcaba en el alma, y seguía cantando …
— «Sé que jamás olvidarás, lo que te di aquí en mi lecho
talvez es mi único derecho, derecho que tu negarás
y llorarás….siempre por mi «……
Yo miré por la ventana.
—Allan McDonald—-