Por Carlos Méndez
Los huracanes arrasaron todo. Árboles, casas, muñecas, maules, trompos, los animalitos de corral y muchas siembras amorosas.
Aldeas y ciudades enteras quedaron bajo las aguas sucias y lodazales sin poder rescatar nada más que al chucho, aguacatero, el amigo lindo que lograste pasar al otro lado en aquella paila de aluminio que le sirve a una doñita para hervir nacatamales sabrosos envidiados en el barrio.
El país quedó patas arriba. Siempre lo ha estado, pero los pájaros que llegan con sus chillidos de alborada cuando comienza a pestañear el sol, no vinieron este día a la casa.
¿Dónde se fueron? ¿Están en la pilastra inferior del poeta gigantón de hierro que cuelga sobre el rio Choluteca para cuidar por él, o se fueron a guardar luto por los que no pudieron sacar ni su radito de baterías que alegraban sus días de verano? O se fueron con su gorgorito en sus gargantas para avisar a miles que se alejaran de los peligros que llevaba la ventisca y las lluvias grises?
No lo sé.
Pero ahora entiendo muy bien, porque no llegaste hoy con tus chillidos dulces a mi ventana.
Comparte esto:
- Haz clic para compartir en Twitter (Se abre en una ventana nueva)
- Haz clic para compartir en Facebook (Se abre en una ventana nueva)
- Haz clic para imprimir (Se abre en una ventana nueva)
- Haz clic para compartir en Telegram (Se abre en una ventana nueva)
- Haz clic para compartir en WhatsApp (Se abre en una ventana nueva)
- Haz clic para enviar un enlace por correo electrónico a un amigo (Se abre en una ventana nueva)