Texto: Julio César Gonzáles | Fotografía: César Fuentes
Tegucigalpa, Honduras | Reporteros de Investigación
Un día como anteayer, hace exactamente 200 años —un 14 de septiembre de 1821— los ciudadanos, Pedro Molina, José Francisco Barrundia y Mariano Aycinena, entre otros, desplegaron una movilización por los barrios de Guatemala para anunciar que el día siguiente se llevaría a cabo una reunión con el fin de discutir y resolver sobre la independencia del antiguo Reino de Guatemala.
Esta iniciativa es fruto de una serena y valiente reflexión cívica sobre la realidad del Reino de Guatemala, en ese entonces, caracterizada por las condiciones de atraso y desigualdad de los criollos y mestizos frente a los privilegiados peninsulares, entre otros males. Pero, además, esta iniciativa es motivada por los aires de libertad, igualdad y fraternidad de la Revolución Francesa, la Independencia de los Estados Unidos de América, los movimientos independentistas de los países hermanos en América de Sur y los propios movimientos de rebeldía en varias ciudades de Centroamérica, en la década anterior.
La declaración de independencia fue realizada de “arriba hacia abajo” y como advierte el artículo 1 del Acta de Independencia “para prevenir las consecuencias que serían terribles en el caso de que la proclamase de hecho el mismo pueblo”.
Este acto es considerado por algunos historiadores como independencia relativa ya que en la misma Acta se indica que para decidir sobre la “independencia general y absoluta” de Centroamérica se realizaría un congreso el 1 de marzo de 1822, posición apoyada por nuestro prócer José Cecilio del Valle.
La falta de cohesión política y conciencia moral, en aquel entonces, determina la anexión a México, ocurrida el 5 de enero de 1822, apenas tres meses y medio después de la proclamación de independencia de España. Pero, después de dieciocho meses la Asamblea Nacional Constituyente de las Provincias de Centroamérica emitió el 1 de julio de 1823 el decreto de independencia absoluta, declarando que la región era autónoma respecto a las potencias del viejo como del nuevo continente.
La abolición de esta oprobiosa anexión a México, el 1 de julio de 1823, significa —para muchos analistas— el real acto de independencia de las Providencias de Centroamérica.
No obstante, teniendo como referente histórico el 15 de septiembre de 1821 resulta obligado —desde una perspectiva cívica— reflexionar críticamente sobre los 200 años transcurridos a la fecha.
Un balance apretado a la fecha (2021) arroja lo siguiente, particularmente, en el caso de Honduras:
- País altamente dependiente del capital norteamericano y de las políticas de organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y Banco Mundial;
- Gobiernos entreguistas e indignos, con las honrosas excepciones por ser ejemplos de honestidad, moralidad política e integración regional, que dignifican nuestra nacionalidad, como Cabañas y Herrera, iluminados por el pensamiento Vallista y la gesta Morazánica;
- País empobrecido por una economía de enclave propiciada por una política extractivista que ha explotado masivamente nuestros recursos naturales (minería, agricultura, energía, hidrocarburos, etc.) con efectos negativos para el medio ambiente y la vida de la población;
- Implementación del modelo neoliberal que ha significado la desregulación sin control, la privatización de empresas estratégicas y de servicios públicos básicos, entre otros males;
- Alta corrupción e Impunidad;
- Violación a la Constitución de la República y al Estado de Derecho mediante la creación e implementación de las Zonas de Empleo y Desarrollo Económico (ZEDE);
- Pobreza total (cerca del 70% de la población de unos 9,5 millones) y pobreza extrema (53%);
- Altísima deuda externa ( 60% del PIB) cuya servicio de la deuda (40%) del presupuesto nacional imposibilita la atención razonable del gasto social e inversión pública con fondos nacionales;
- Inseguridad jurídica;
- Destrucción del medio ambiente;
- Contratos leoninos y corruptos en áreas estratégicas, tales como, energía y salud;
- Con débil liderazgo político y, algunos dirigentes vinculados al crimen organizado y sus derivados;
Y, para colmo de males:
- con recientes elecciones fraudulentas y con un gobernante ilegal e ilegítimo, centralizador del poder público con sus aliados y servidores en el congreso nacional y la corte suprema de justicia, lo que implica la falta de separación de poderes y la débil institucionalidad.
Este balance nos hace concluir en que no hemos cumplido con la herencia de dignidad de nuestros próceres y el Estado-nación soñado; que estamos en deuda con ellos, poniendo en alto riesgo el bienestar de las generaciones futuras; que hemos malogrado dos siglos que debimos haber aprovechado para encauzarnos por los senderos de la libertad, la justicia, la democracia, el progreso y la vida digna; que debemos demandar la administración imparcial de justicia para castigar a los corruptos y, de esta manera, terminar con el flagelo de la impunidad cuyo estigma avergüenza a la nación.
Por el deber cívico que inspira tan memorable efeméride, de cara al futuro debemos construir ciudadanía, elegir a las mejores ciudadanas y ciudadanos para cargos de elección popular, y asumir el compromiso patriótico de enaltecer a Honduras con trabajo digno para honrar lo que dice el óvalo de nuestro Escudo Nacional:
República de Honduras: Libre, Soberana e Independiente -16 de septiembre de 1821.
“Julito” González
El Ovalo simboliza el recuerdo de la fecha de emancipación política, con esta leyenda escrita en letras de oro:
República de Honduras, libre, soberana e independiente
15 de septiembre de 1821