Crónicas de la urbe
Escritas por Magdiel Midence (enero 1984), como editor y traductor fue escogido por el
IFAL (Instituto Francés para América Latina), para representar a Centroamérica en el Octavo Seminario de Jóvenes Traductores, llevado a cabo en la Ciudad de México D.F. y en la FIL (Feria Internacional del Libro) de Guadalajara, Jalisco en México en 2013. Tradujo al francés el poemario Postales Urbanas y Vitrales de Susana Reyes. Tradujo al español a Gerard de Nerval (Les Chimères et les autres Chimères), compiló la muestra de nueva poesía centroamericana “Deudas de Sangre” publicada bajo el sello de anamá Ediciones. Ha sido editor y columnista tanto en periódicos y revistas nacionales como en el extranjero.
Casi nueve de la noche, se oyen seis disparos, todo mundo se pregunta dónde habrán
estallado y hacia qué o quién iban dirigidos. 15 minutos más tarde, se ven luces azules y rojas percutiendo sobre los muros de la Flor del Campo; un joven de veintitantos años ha fallecido y nadie sabe quién le impactó los disparos que acabaron con su vida pero todos asumen que fue producto de las pandillas. Es el diario vivir en las zonas marginadas de Tegucigalpa y Comayagüela.
Un hombre de mediana edad es el “jefe de barrio” y comenta: “Ustedes que tienen
oportunidad de escoger su futuro no lo desperdicien, para mí ya es tarde. Es duro saber que mi destino está en las cárceles o en una fosa con a saber qué tipo de muerte”.
Mucha de la gente que se ve envuelta en el tema de las maras o pandillas jura que de haber tenido oportunidad de cambiar su destino, lo haría, lastimosamente cuando un individuo es inmerso en “esa vida” como le llaman los vecinos, ya no se puede escapar sino hasta el día de su fallecimiento.
“Mire perrito, yo me rifé a los catorce años, tengo quince de andar en ‘la onda’, yo la he visto fea, varias veces me he escapado de morir”, comenta un “Homie” en la avenida “Los Poetas”, ubicada en la colonia La Pradera.
Es fácil encontrarse a los compañeros de la escuela y el colegio, veinte años más tarde, con tatuajes que hacen alusión a las pandillas o escuchar que “Mario, el loco”, uno de ellos, fue ultimado a machetazos por jugar con su ideología. Es bien fácil ver la realidad cuando uno creció en “la cueva del diablo”. Raro es saber que uno pudo ser otra de esas estadísticas pero las eventualidades de la vida decidieron un camino menos entramado con su realidad particular.
“Encuentran, pandillero desmembrado en un barrio de la zona sur”, dicta el encabezado de uno de los periódicos más vendidos en Honduras. Jimmy, tenía unos 21 años de edad, salió de la Escuela Dr. Ángel Zúñiga Huete a los catorce años, nunca recibió una medalla de honor ni las mejores notas pero le gustaba mucho el fútbol y jugaba de portero, lo trágico es que pudo ser una persona con un devenir distinto, pero Honduras “ es un país tan extenso que la justicia no alcanza para todos”.
Casi nunca han sido buenas las noticias cuando aparecen en las primeras planas de los
periódicos, colonias y barrios como “La Divanna”, “3 de mayo”, “La Rosa”, “La Merriam”, “La San Miguel”, “Las Crucitas”, “La Espíritu Santo”, “El Divino Paraíso”. Lo que si resulta cómico es que las colonias y barrios con nombres que aluden al cristianismo, que profesa el amor al prójimo, son de las más violentas. Parte del motor que impulsa el terror en Honduras se debe a la poca o nula intención de las autoridades competentes en desarrollar un sistema de educación que evite el deceso del respeto hacia los demás.
Por otro lado, las pocas posibilidades de conseguir un empleo decente, la burlesca
sensibilización en temas de desarrollo social, la influencia de los medios de comunicación establecidas por los “trending topics” que a menudo hacen ver hasta sensual la imagen del pandillero o el vendedor de drogas. Los medios de comunicación juegan un papel importante en la vida diaria del hondureño, sobre todo cuando cuenta con un gobierno que vende la imagen de que todo está bien mientras las noticias dicen otra cosa.
“A mi hijo lo mataron en México, era pandillero, cuando me dieron la noticia mi mujer me pidió que lo mandáramos a traer (su cuerpo), pero yo le dije que él fue quien decidió esa vida y que yo no iba a gastar un cinco en un muchacho desagradecido”, dice don Dagoberto, un residente de “La Torocagua”, mientras maneja su rastra camino a Managua por la carretera de “Las Manos” a la altura de Danlí, El Paraíso. Es común escuchar cómo la gente se refiere a esos temas con mucha frialdad, puesto que se ha vuelto cotidiano en el imaginario de los catrachos.
Como “don Dago”, son miles las personas que han perdido seres queridos por la delincuencia ligada a estos grupos.
Luego, en otros planos de la misma realidad, está el tema de los desplazamientos a causa de la violencia generada por maras y/o pandillas. La colonia “Las Torres”, también ubicada en la zona sur de la capital vivió el infierno cuando su gente fuera desalojada a fuerza de amenazas producidas por integrantes de este tipo de bandas y es irónico que las fuerzas policiales y militares lejos de brindarle seguridad a la población, fueran quienes se encargaron de ayudarle a la gente en el despojo de sus viviendas.
Otro caso muy sonado es el de los mercados en Comayagüela, ya que sus vendedores han sido expulsados a cuenta del “impuesto de guerra”. Hace un tiempo un grupo de corresponsales internacionales de prensa destacaron cómo se había transformado en vacío lo que antes se conocía como “Mercado las Américas”, los vendedores que aún quedaban se mostraron renuentes a dar declaraciones porque habían sido amenazados, según sus palabras.
“Es un tema completamente delicado con muchos trasfondos: Social, económico, educativo gubernamental, realmente es algo que todos conocemos pero a la vez nos queremos aislar por miedo”, comenta Astrid Velásquez, una estudiante hondureña radicada en México, acerca de la violencia generada por maras y pandillas.
Para que un Estado funcione bien, es necesario que todas las partes implicadas asuman sus derechos y responsabilidades por igual. Por consiguiente, es necesario hablar de competencias en la figura del Estado. La tarea de un gobernante es dirigir la sociedad, desliar las crisis, crear estructuras que le permitan crecer al individuo y desarrollarse en su entorno pero ¿Qué hace el sistema para sensibilizar al individuo en cuanto a temas de desarrollo humano? ¿Por qué no cesan las cifras de muertes violentas aunque el gobierno cuente con ejércitos completos a favor de “la seguridad”? ¿El Estado es el llamado a criminalizar a un individuo que por su falta de educación y oportunidades decide vivir bajo códigos de violencia? ¿No es el Estado el responsable de cada
uno de los ciudadanos que viven dentro de su nicho social?