Por Carlos Alvarado
Siempre en mis columnas de opinión intento escribir sus títulos poco comunes y hasta quizá coloridos. Lo hago con el objetivo de poner a flote la imaginación de mis lectores.
He llamado esta columna la deuda del pueblo con el pueblo, porque desde que tengo uso de la razón, vengo escuchando que en todo momento las víctimas somos los ciudadanos.
Citaré un par de ejemplos que puedan refrescarnos la memoria y hasta ponernos a reflexionar si esa “teoría” es realmente cierta.
Cuando nuestras ciudades, en temporada de lluvias se inundan y provocan grandes catástrofes, la “culpa” es de los gobiernos municipales por no contratar personal para la limpieza de las alcantarillas, como si no fuésemos nosotros los encargados de arrojar nuestras basuras a las calles, ¿o me equivoco?
Cuando responsabilizamos o atacamos a los demás sobre sus luchas en la calle por ejemplo, cuando exigen rebajas a los combustibles, una mejor educación, cárcel para los corruptos y un amplio etcétera, sin dejar a un lado a los aprovechados que no representan ni representarán ninguna causa social.
Y qué decir de la total indiferencia con la que vemos a personas en condición de riesgo, somos incapaces de despojarnos de un par de centavos para quitarles el hambre al menos por unas horas.
Hemos adoptado conductas impropias. Nos hemos convertido en jueces de actos que en más de alguna ocasión por lo menos lo hemos pensado.
Las redes sociales como Facebook, Instagram, Twitter, Tinder y hasta el mismo Snapchat se han convertido en nuestras herramientas de combate, en nuestra trinchera, cuando en realidad deberían ser los libros, la universidad, las escuelas, las ideas de emprendimiento, los voluntariados y hasta labores de altruismo; eso realmente es grave. Hemos cambiado lo tangible por lo virtual, irreal y hasta hipócrita; deberíamos ganar un galardón por ser los número uno en postear en redes miles y miles de comentarios criticando a los corruptos y los ladrones, pero cuando de salir a las calles se trata, volvemos al anonimato del que venimos.
Seguramente tenemos una medalla por victimizarnos. Enfurecidamente atacamos a los políticos glotones y borrachos de poder que gracias a nuestro sufragio están ocupando su cargo, pero más temprano que tarde en tiempo de campaña volvemos y lo elegimos nuevamente, ¡inadmisible pero cierto!
Pienso que con actitudes como estas, difícilmente un país tan rico pero tan pobre al mismo tiempo, pueda ver la luz al final de túnel.
Se nos ha olvidado por completo que tenemos demasiados talentos, destrezas y virtudes como para permanecer sometidos ante un régimen que mal distribuye nuestra riqueza, que somos realmente impresionantes y mágicos cuando nos lo proponemos.
Es por ello que pienso que mantenemos una enorme deuda con nosotros mismos, y que en la medida vayamos cambiando nuestra forma de pensar, las cosas puedan comenzar a tomar forma y apostarle a ser un país libre, un país donde la corrupción se pague con cárcel, dónde los narcotraficantes sean fulminados, donde se respire paz, armonía entre otros.
La deuda del pueblo con el pueblo es por ahora, una condición moral que no nos permite crecer como personas, al contrario, nos ha vuelto más egoístas, tan egoístas como quienes desde el poder se burlan una y otra vez de nosotros.
De manera que ya he expuesto mi punto de visto sobre lo que nos hemos o nos han convertido, ahora es tiempo de saldar esa deuda con nosotros mismos, ¿cómo?, es muy sencillo, simplemente cambiando de actitud, siendo más nobles pero no más indiferentes.
Es momento de meditar y enumerar qué cosas debemos cambiar, qué actitudes debemos mejorar y así lograr convivir con más armonía.