Por Allan McDonald)

Tegucigalpa, Honduras | Reporteros de Investigación

La noche cayó como una cuchillada en el centro de mi abandono. Tenía siete años y pasaba fugaz bajo la lluvia oscura frente al Estadio Nacional.

Reclutaban esa noche y la gente corría como un viento implacable. Me arrimé a una cantina. Entré para guarecerme del frío. Solo un hombre borracho estaba en la silla y miraba el piso cuadriculado como si pasaran hormigas invisibles, y la mesera en la entrada con una ramita de ruda en la oreja. Tenía los ojos tristes y la cabeza pegada al contramarco de la puerta; parecía una huérfana escuchando el sonido de la madera; el sonido de la miseria; el sonido de las carrozas del olvido. Al fondo, la rockola con el paisaje de Manhattan de noche iluminaba el salón.
Sonaba un disco de Cornelio Reyna:

«Después de tantas noches
de amargos sufrimientos,
por no saber de ti,
ya ves, no te olvidado,
tampoco traicionado, te sigo siendo fiel…» Era una navidad de 1981 y la noche era un puñal… mil puñales… Mil noches.