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Un retorno al Estado de derecho

Por: Rossel Montes

Los procesos sociales son dialécticos, llenos de contradicciones, vaivenes y complejidades, complejidades que reflejan lo profundo del actuar humano, de las manifestaciones del espíritu de una época, de sus anhelos y esperanzas. Los cambios devienen en concreción histórico-social- cuando las condiciones objetivas y subjetivas de una sociedad van tomando fuerza y forma, dicha forma no tiene que ser la misma para todas las épocas, o sacada de una receta o manual de teoría política, sociológica o filosófica. La realidad es más compleja aun, por eso, como solía decir Ortega y Gasset, la vida es un hacerse constantemente, un reinventar la vida.

En el actual proceso eleccionario, se ven las más opuestas posturas políticas, desde las que apoyan totalmente al actual mandatario, el centro izquierdo de la Alianza de oposición y los radicales que no apoyan el proceso electoral, por estar fuera de la órbita de sus posturas políticas. Los radicales desean democracias directas, de trabajadores, pero desprecian el legado de las revoluciones del siglo XIX, la democracia representativa de partidos, el mal menor como dijo alguna vez el oriundo Winston Churchill, el mal menor respecto de los totalitarismos. Por supuesto que no hay que conformarnos con el mal menor.

Si bien la democracia representativa de partidos, o como aseveran los marxistas “democracia burguesa” es defectuosa y entorpece los procesos de participación ciudadana, ya que esta solamente predica radicalmente la democracia como instrumento, como instrumentos para hacer trabajar y funcionar el sistema político imperante, no para mejorarlo. Sin embargo, la democracia representativa es necesaria, incluso en un hipotético proceso revolucionario, ya sabemos lo que sucedió en la revolución rusa, cuando se tomaron medidas que eran supuestamente no permanentes y resultaron medidas que usurparon el ímpetu liberador, democrático y justiciero de la revolución. El infantilismo de izquierda como aseveró Lenin allá por los veintes, solo toma las recetas, la realidad como manual, de forma abstracta, no de forma viva, como él mismo recordaba, citando al poeta alemán Goethe, “Gris es la teoría, pero verde es el árbol de la vida”.

Si el reformismo comete el pecado de obstaculizar los procesos de masas, el radicalismo infantil es su opuesto; el electorerismo se agarra del sistema, cuestión que es totalmente normal. Pues es su modus operandi, su praxis, el radical se mueve en la clandestinidad muchas veces, en partidos de cuadros, cuadros profesionales, que están las 24 horas agitando para acelerar los procesos de toma del poder. El proceso actual, de la lucha social, se encuentra sin un movimiento obrero que acuerpe de forma masiva y concisa un hipotético levantamiento insurreccional; así que el radicalismo con su discurso anti electoral lo que hace es apoyar conscientemente o inconscientemente la perpetuación del régimen actual y la posible evaporación y resquebrajamiento de los últimos bastiones de democracia liberal, las pocas libertades que nos quedan y que él bonapartismo sui géneris del siglo XXI devenga en una dictadura abierta y sin tapujos.

Estamos en plena algarabía electoral y la demagogia sale a relucir en la vida cotidiana, tanto conservadores y ¿-una izquierda que le apuesta mucho a los procesos eleccionarios- son parte del “Juego democrático”. A mi sentir y pensar es una época de promesas inconclusas y la promesa de la democracia por venir-tal como lo aseveraba Norberto Bobbio en su texto “El futuro de la democracia”.

Definitivamente que nuestra “clase política” parafraseando a Gaetano Mosca, es recalcitrante, lo mismo sucede con nuestra élite dominante; lumpen burguesías les llamó André Gunder Frank.   Pero también la izquierda no tiene aún la forma ni la esencia de una izquierda combativa, una izquierda teórica, que escuche los planteamientos de la filosofía, de la sociología, de la teoría política y la historia. Muy certeras son las posturas de la filósofa hondureña Irma Becerra, en un texto del año 2018 donde se analiza la praxis política de la resistencia hondureña y hace un llamado a que la izquierda y la resistencia se preocupe por darle una identidad propia al movimiento surgido posteriormente al Golpe de Estado de 2009.

“La creencia de que en la lucha política se puede marchar sin rumbo, sin convicción, sin decisión ni modelos definidos y determinados que superen al capitalismo depredador actual y, por tanto, la creencia de que debemos dejarnos llevar por las “condiciones concretas y cotidianas” a la hora de definir nuestra táctica y nuestra estrategia”.(Becerra, Irma, Problemas políticos y filosóficos de la izquierda, Criterio. Hn.)

Un retorno a un Estado de derecho se ve lejos cuando la dinámica de la transformación no se avizora en el horizonte, los movimientos sociales están atomizados, el movimiento obrero paralizado. La deseada justicia social y jurídica no llega, mientras las instituciones estén cooptadas por la narco-corrupción difícilmente podrá haber una vida pública sana, y la construcción de una ciudadanía beligerante, autónoma, una sociedad civil persistente en la construcción de una cultura democrática que sea de contrapeso a las tentaciones elitistas y oligárquicas de los anti democráticos de turno.

Los recalcitrantes removieron a un presidente electo a través de las urnas, dándole al moribundo Estado hondureño un golpe de gracia institucional. Los golpistas de camisa blanca y su defensa de la «institucionalidad» solamente responde a un repartimiento nada equitativo de los bienes del Estado entre los grupos de poder y poderes fácticos que históricamente han saqueado a este país. La institucionalidad, el Estado de derecho y la democracia, así como otras cuestiones son una entelequia, convirtiendo a Honduras de un Estado fallido a un Estado de ficción o metafísico. ¿Somos un Estado fallido? Para nuestra caracterización existe otro término: Estado autoritario burocrático; en el cual todas sus instituciones están desmanteladas y controladas, de forma que la democracia mínima no es posible. Si reunimos ciertas características de un Estado fallido, pero otras no. El Estado es muy eficiente para ellos. En términos weberianos, usan muy bien la violencia sobre su territorio, pero no para fortalecer lo político y comunitario, sino de una forma destructiva, y eso sí es fallido.

¿Qué seguimos anhelando los hondureños?  Un retorno al Estado de derecho, un llamado a una asamblea nacional constituyente para reorientar el sistema político hacia una democracia participativa, un sistema de partidos que representen los intereses de las mayorías y devengan en facilitadores para el pluralismo democrático y se alejen de la idea weberiana del sistema de partidos como un gran mercado capitalista. El combate radical contra la corrupción exacerbada vista en la última década que tiene al país en el más ignominioso atraso. Es importante retomar la ética para la construcción de una nueva sociedad e individuos comprometidos con la colectividad, el bien común y los más altos valores ciudadanos. Lamentablemente muy poco se puede esperar de elecciones bajo un gobierno autoritario, ilegítimo y espurio; los procesos eleccionarios en estas condiciones solo legitiman al gobierno corrupto. Creo que la senda de una posible transformación político-social recaerá en los movimientos sociales, que, aunque actualmente dormidos deberán irrumpir y cumplir con sus deberes históricos.

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