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El fino encanto de los corruptores

Por: Carlos Méndez 

El caballero criollo, de familia pudiente vestido con la elegancia de la época y de su clase, atravesó el centro de la plaza cuando era impensable colocar allí, todavía, una estatua del héroe Francisco Morazán, asesinado una década atrás, en septiembre de 1842. 

Corría casi el final del primer lustro de los años 50 del siglo XIX; el siglo de la independencia y unidad de la República Federal de Centroamérica. 

El varón impoluto caminó por la calle pavi-empedrada, pero con gusto colonial bonito, respirando el aire siempre fresco; purificado, olvidado por el tiempo, y que provenía de los bosques bellísimos circundantes al Rio Grande o Choluteca; de la Comayagüela indígena y de la propia Real de Minas de Taguzgalpa.

Caminó con paso breve pero seguro de sí mismo. Llevaba en sus brazos engalanados con su traje de tela importada europea, una caja de refinada envoltura. 

Un centinela de Casa Presidencial, le condujo hasta la oficina del Presidente, y pronto, se retiró con el estilo militar de la época hacia la puerta principal. 

Luego del saludo y el agradecimiento, el caballero desparramó lisonjas al primer ciudadano de la Republica por permitirle aquella entrevista. 

– “Señor Presidente, amigo mío, vengo ante vos para agradeceros por tu denodado sacrificio por la patria y aunque no soy de vuestro partido, permitidme, en nombre de nuestra amistad imperturbable e imperecedera me aceptéis este humilde regalo. El Presidente puso delicadamente sobre un estante viejo y gastado, aquella caja para continuar en amena platica.   

Más tarde, luego que la pareja había conversado un par de horas sobre cuestiones políticas de carácter nacional, de las guerras intestinas provocadas y lideradas por curas de la santa iglesia católica, apostólica y romana en contra de los gobiernos progresistas liberales, en su momento oportuno, y con mucha educación, el visitante se levantó de su sillón y se despidió del Presidente no sin antes pedirle con elegancia de remedo español, un favor político “para un compadre mío” que se hundieron en las paredes de la oficina.  El Presidente quien vestía con la humildad que le caracterizó toda su vida, ante la petición no le dijo nada. Calló. En cambio, tendió su mano franca y le despidió con una sonrisa limpia, con sus ojos oscuros y las cicatrices de viejas heridas en combates contra de los conservadores de siempre. 

– “Regrese pronto, le dijo el “hombre sin tacha y sin miedo”. 

Así será” respondió, rápidamente, el visitante con una alegría de triunfo interior disimulado.

Y así fue. No había pasado ni un mes cuando aquel hombre regresó impecable y perfumado a casa presidencial. 

– “Estimado amigo, dijo con voz segura el Presidente, luego del protocolario y un par de asuntos de poca monta, al instante. Más adelante antes que se dijera otra cosa dijo: 

– “Siento decirle, amigo que no puedo complacer el pedido que me hizo en su última visita. Ruego a Ud., en cambio, acepte este presente que tengo en mi estima ofreceros. Se levantó de su sillón y cogió del estante viejo, una caja primorosamente envuelta y se la entregó al ciudadano; más tarde, cuando este se marchó apresurado, detuvo sus pasos, más adelante, en la esquina de la casa de Don Dionisio de Herrera; recostó su humanidad sobre un poste del cual pendía una farola del alumbrado público que por las noches daba luz a base de keroseno. Se aseguró que nadie lo viese cuando abría la caja que le dio el Presidente. Al abrirla despejó su picante y desesperante duda. El reloj de bolsillo que quiso “regalar” a Trinidad Cabañas, estaba en el fondo de la caja que todavía conservaba el primor que le habían impregnado. Luego se perdió del centro del pueblo con su orgullo de acaudalado herido por el reloj de bolsillo que le había sido devuelto sin hablar mucho.     

Williams Wells en su libro Exploraciones y Aventuras en Honduras (1857), exalta a Cabañas porque lo conoció personalmente en su oficina de la capital, y reproduce o re escribe esta anécdota sobre Cabañas y resalta sus virtudes éticas, definiéndolo como un “hombre de minúscula figura, pero grande por sus ademanes, heroísmo, honradez y lealtad. Cuando lo conocí tenía 52 años, pero las zozobras y penalidad de su vida militar habían arrugado sus facciones” (capitulo X).

Este año, el pasado 9 de junio celebramos el 217 cumpleaños del soldado de la Patria, quien además de un amigo honrado y leal a prueba de balas, fue un hombre letrado. Estudió gramática latina, teología y filosofía en el colegio Tridentino de Comayagua. 

Destacamos también por si lo habían olvidado, que, en honor al día de su nacimiento, el 9 de junio, por decreto legislativo número 196-2011, fue declarada dicha fecha, como “Día Nacional de la Integridad y Lucha contra la Corrupción”. 

Mencionar en estas páginas a Cabañas, nos da una alegría inmensa. Talvez y por chiripa de la vida, se contribuya a ver entre rendijas, potenciales iniciativas que repiensen una nueva Educación que incorpore a su vez, acciones para el fortalecimiento y recuperación de nuestra memoria histórica. 

9 de junio: Prohibido olvidar. 

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