Por:  Eynard Menèndez

          Salgo de mi casa en Antigua Guatemala alrededor de las cuatro de la mañana porque el bus que me llevará, primero a San Salvador y luego a Tegucigalpa, sale alrededor de las seis de la mañana. Al final a la estación de buses llegué tipo cinco, por lo que tuve que esperar una hora en medio en la calle fría, sola e incluso con un poco de oscuridad aún en la lívida ciudad de Guatemala, esto quiere decir un poco de miedo a pesar de estar en un lugar supuestamente seguro, en fin… Llevo tres maletas: una con ropa, mi mochila que cargo a todas partes y un maletín lleno de libros del Proyecto editorial Los zopilotes –aquí incluyo 50 ejemplares de Cartas para Matilda, de Magdiel Midence–, de Editorial X y de Ediciones Bizarras. Las tres son editoriales alternativas muy activas –cosa que no sé si es valentía o una necedad estúpida con tintes de esperanza– de Guatemala.

Pero bueno, llegó a San Salvador en donde estaré tres horas esperando el próximo bus, así que me toca reconocer la ciudad que visité dos años atrás aproximadamente, y para gastar el tiempo doy una vuelta por el Museo Antropológico, creo. Estaba lindo. Regreso y es hora de partir hacia Tegucigalpa, la tierra que vio nacer a mi queridísimo Augusto Monterroso. Fue un viaje arduo, de unas siete u ocho horas quizás en medio de curvas, comunicaciones telefónicas instantáneas para cuidar la poca batería que me quedaba y sueños intermitentes que obviamente culpo a la incomodidad del asiento de un bus en lugar de una tierna y adorable cama.

Finalmente estoy en Tegucigalpa a eso de las once de la noche y el bus estaciona en donde debe estacionarse, y ahí está esperándome Magdiel, el autor de los 50 ejemplares que traigo en el maletín, el primer autor centroamericano que publico además de los guatemaltecos, claro, el autor que toda oración que dirige hacia vos la termina con un “mae”. Entonces, después de todo, primera noche en Tegucigalpa y ya se armó la fiesta segura.

Me quedo en su casa y nos despertamos tipo once de la mañana, ya que la bienvenida terminó cuando ya era la siguiente mañana, qué cosa. Comemos algo, organizamos nuestros enseres y vamos en busca de Comayagua, la ciudad colonial de Honduras, para la I Feria Internacional del Libro 2017 que derivó en el 24, 25 y 26 de agosto. A nosotros nos tocaba presentar el poemario el último día de la feria.

En Tegucigalpa estaba el ambiente algo caliente, ya que vengo de la templanza de una media de 18 grados, y Comayagua ya fue como acercarse al cráter del volcán, según mi experiencia centígrada.

La feria estuvo muy bien, linda gestión, arduo esfuerzo  y lo mejor de todo, con bastante afluencia en todas sus actividades, y siempre con la íntima oportunidad de estrechar lazos, contactos o al menos algunas palabras con colegas centroamericanos que andan en la misma lucha y desazón quijotesca del mundo libresco. Había editores, escritores y poetas de Nicaragua, El Salvador y Honduras, claro.

Se llega el día esperado que era la presentación de Cartas para Matilda de Magdiel. Teniendo en cuenta que ya era el último día de la feria, ya teníamos amigos de todos los stands presentes para el encuentro, por lo cual romper el hielo fue de lo más sencillo, así como agarrarle el rumbo y dirección a la presentación: empezamos con unas palabras de bienvenida hacia el público, felicitamos a los organizadores por la gestión de una feria internacional de tres días, la poestisa Gabriela Chávez dio su impresión sobre la obra de Magdiel y yo hablé un poco de cómo conocí al poeta, del proyecto de Los zopilotes –la editorial–, de cómo se decide publicar tal poemario, de Nacho Vegas y algunas menciones en los epígrafes, de quién verdaderamente es Matilda y qué podría representar y así, un largo etcétera que se alargó hasta un spoken word de Magdiel acompañado por la música de unos talentosos chicos locales. A esto le siguió una pequeña venta de libros con autógrafos incluidos y listo. Fin de Comayagua.

Después de esto se acaba la feria y prometemos volvernos a ver en Tegucigalpa en el café y librería Paradiso, hermoso y acogedor sitio para presentar un poemario de un poeta local. Por qué no, dije dentro de mí, y así fue: una presentación muy exprés, casi podría decir que surgió como surge la combustión espontánea, es decir de nada. Hicimos un afiche rapídisimo para anunciar el evento, los movimos en las redes sociales teniendo en cuenta la premura del acontecimiento y prácticamente repetimos lo mismo que la primera vez, solo que sin Gabriela: hablé del proyecto editorial, del libro de Magdiel, por qué no volver a mencionar a Nacho Vegas, a la intrigante identidad de Matilde –una al menos, o las que habita– y, aunque no fue spoken word, sí una lectura de poemas un poco más tradicional.

Yo me quedé un día más en Tegucigalpa, si no estoy mal, y el resto fue historia hasta volver a tierras chapinas.

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