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HONDURAS: “EL RANGER” DE LEMPIRA QUE DOMINÓ “EL CAPITAL”

Luego llegaría por los poderosos, aquellos que mientras fumaban un exclusivo Cohiba Behike, afirmaban su axioma infinito: “Los gobiernos son transitorios, nosotros somos permanentes”; los grupos de poder económicos como se conocieron han muerto con el patriarca del Aguán.

Reflexión / EL LIBERTADOR

Tegucigalpa, Honduras (El Libertador). –Cuénteme amigo, ¿de quién son todas estas tierras? –Son del señor Miguel Facussé, –¿Y hasta dónde llegan?, –Hasta pegar al mar, como a tres horas en carro, desde esta parte de Colón. Ellos han sido los famosos grupos de poder, dueños y señores de Honduras, nadie manda sobre ellos, bueno, casi nadie.

Las frases célebres y desafiantes del extinto Facussé hacían alarde ¡en serio! de su poderío: “Si yo quiebro, toda la banca nacional quiebra”, o las amenazas publicadas en las ya amarillentas páginas de los medios tradicionales al Comandante General de las Fuerzas Armadas, entonces, Porfirio “Pepe” Lobo Sosa, que si no le pagaba en tal fecha, al siguiente día enviaría al ejército a sacar los campesinos de “sus tierras”.

En diciembre de 2010, el entonces defensor de Derechos Humanos, Andrés Pavón, denunció al terrateniente Miguel Facussé, como “el mayor asesino de América” por la ejecución de 14 campesinos en la fértil zona del valle del Aguán. Pavón fue querellado por cuatro delitos de difama y su denuncia enterrada en los macabros anaqueles del Ministerio Publico.

“Alrededor de la decadencia de estas colosales ruinas infinitas y desnudas se extienden, a lo lejos, las solitarias y llanas arenas”. Ahí va el hijo del “Patriarca” de los érase poderosos, se llama Miguel Mauricio Facussé, ahí va a paso cansino, sufriendo los quemantes rayos del sol directos al rostro enrojecido, los ojos empozados en el suelo, el ralo bigote seco y enfrente de él, la espalda del “Hombre”, el caudillo de Lempira, que no permitió el golpe fuerte sobre el escritorio del que Hugo Llorens llamó el principal obstáculo de la democracia en el país, aquel que advirtió: “En 24 horas te quitamos, si queremos”, se le dijo entonces al presidente José Manuel Zelaya, pero con Juan Orlando Hernández –como en la gráfica- la historia es otra, sólo han visto la espalda. La foto de esta reflexión cuenta este pasaje en la aldea.

Todo comenzó en 2009, al sentir Estados Unidos que perdería para siempre una de las colonias más sometida y sufrida del continente –Y codiciada para control geopolítico de la región—, un Manuel Zelaya, ¡de pronto ante la incredulidad de todos! se volvía rebelde a los intereses del eterno amo absoluto; el mismo “Mel”, que alguna vez estuvo bajo el yugo de los Poderosos y de los que sintió su ira. El plan comenzó y fue necesario encontrar un hombre que fuera capaz de hacer lo que tuviera que hacer, para retornar el rumbo del país a la sumisión imperial. Lo que fuera…

Entonces lo primero fue cortar la raíz de la política vernácula, el Partido Liberal, es Juan Orlando que desde el curul en el Congreso Nacional, tira el arpón y despedaza la bandera rojo, blanco, rojo, cuando como presidente de la bancada del partido Nacional apoyó el golpe de Estado de 2009 contra un Presidente Liberal; después iría por el Monarca de la estrella, el que a las viejas ruinas llevó juventud, modernidad y alejamiento del Cariismo; ya de eso, sólo existe una noticia de grilletes, Cortes y enfermedad.

Luego llegaría por los eternos Patrones, aquellos que mientras fumaban un exclusivo Cohiba Behike, afirmaban su axioma infinito: “Los gobiernos son transitorios, nosotros somos permanentes”, los grupos de poder económicos como se conocieron han muerto. Claro que siguen amasando riqueza –quizá como nunca-, pero los antiguos patriarcas, los fundadores, entendieron que el prestigio no sólo se trataba de acumular billetes, sino de respeto, de honor y de “Nombre”; la descendencia ha sido humillada para la eternidad. Quien forja riqueza en la dignidad no agacha la cabeza, excepto, cuando ayuda al prójimo debilitado a levantarse del suelo.

La construcción de un siglo de trabajo, tardó unos segundos en ser destruida, la imagen histérica de empleados de Diario Tiempo incendiando los kioskos de ventas, los cuadros antiquísimos en el suelo al lado de una señora lavando ropa a mano, puesto ahí por un bruto con fusil que, a partir de ese día, serían los nuevos habitantes de las casas Rosenthal, y un Yani temeroso, emigrando a media noche en un avión lleno de cajas con papeles que defienden la familia. No había salida, todos los herederos de riqueza de la élite hondureña, tenían dos caminos, o la rebelión y dignidad o el sometimiento y acumulación. Usted ya sabe qué escogieron al final.

Mientras el mundo avanzaba, en esta tierra media, un muchacho en uno de los departamentos con mayor desnutrición infantil y miseria, se agrupaba entre los curiosos para ver al presidente que de cuando en cuando pasaba por esos montes olvidados en enormes caballos, y el joven Juan Orlando, desde el polvo y la música de pueblo, lo observó y pensó: “yo también puedo ser eso, nooo, ¡mejor que eso!”, creyó que podía gobernar 50 años.

Ese muchacho no tenía en el apellido el linaje tradicional de opulencia rural en Gracias como las ricas familias Cálix y Galeano, era hijo de un militar de cerro y dueños de una modesta farmacia y de una cuartería donde cuidaban estudiantes, eran pobres, no tanto como en el sur de Lempira. Su tío lo becó en el Congreso Nacional para que estudiara, su educación la pagó el pueblo hondureño, nada que ver con la exquisita formación del vivero de los poderosos en la Americana, aún así dio el salto que, aunque no ajustó para hacer respetar al arrogante texano, Kelcy Warren, magnate de la energía en Roatán, si fue suficiente para doblegar el capital del patio.

Los grupos de acumuladores, no tienen escapatoria, mucha de esa riqueza creció sobre huesos y sangre, el poder judicial es arma, en presidencial está el gatillo, y ¡Claro que lo ofenden!, ¡Claro que lo odian!, pero en –silencio— Él lo sabe y, si bien un día, cuando “el Hombre” caiga, porque llegará el día, y quieran levantarse, ya será tarde, ya dejó una marca en ustedes. –acumuladores— basta ver la bolsita de churro, la de plátano o la cajita de jugo y esa humillación será descrita por los historiadores. Después de todo, dinero y poder no son lo mismo, quien no entienda la diferencia y menosprecie el bien común jamás ascenderá al respeto.

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