Raviber

                                                                      —————- Allan McDonald —————-

Tegucigalpa, Honduras | Reporteros de Investigación. Caminaba yo sin esperanza ni rumbos en la vida una madrugada de diciembre en 1983, desahuciado por el frío que apuñalaba toda mi existencia, entonces me senté en una banca del parque Central de Tegucigalpa.

El viento era una caballo decía Neruda y esa noche se desbocaba por los cerros de plata y solo un par de ánimas caminaban dando tumbos cuando salían del bar Brik Brak, que nunca cerraba en la plena peatonal enchapada de huellas borradas ya por el olvido fugaz del siglo pasado.

Yo miraba con los ojitos tristes y enroscado en la banca gris, como si esa cosa de cemento fuera mi única ilusión. Y miraba esa callecita peatonal de luces amarillas y entonces vi hacia la pared de bazar Buenos Aires, esa inmensa pared y descubrí la caricatura más grande que se ha hecho en Honduras, la más monumental caricatura.

Dibujada por un tal Raviber: Era una mano que botaba un papel en un basurero y decía la basura en su lugar.

Me pareció sublime esa enorme mano caricaturizada en blanco y negro y soñé esa madrugada ya sin importarme el frío; con ser el mejor caricaturista del mundo.

Pasaron los años, la vida, todo pasó y el mundo fue otro y en una nueva madrugada yo desperté en San Pedro Sula, ya era 1987 y yo era ya el caricaturista editorial de diario La Prensa; las ventanas del apartamento donde vivía en la colonia Fesitranh se abrían de par en par y el viento era el mismo caballo de Neruda, el sopor era un hervidero de vientos helados que sucumbían al insoportable calor de ese año. Me levanté y vi el cielo, todo parecía un desierto de estrellas echadas como quien ve una marabunta volando en el infinito. Cerré las ventanas y ya no dormí, sino que me puse a dibujar cosas y me acordé de aquella inmensa caricatura del Dr. Ramón Villeda Bermúdez.

Raviber entonces era el caricaturista oficial de diario El Heraldo, donde también dibujaba un muchacho en aquel tiempo, llamado Darío Banegas. Pero Raviber tenía ya muchos años de estar allí y era el maestro para todos nosotros.

Su caricatura era una guía política, un maestro del trazo, ningún otro caricaturista fue capaz de destornillar los duros muñones de los movimientos gráficos como Raviber. Solo él fue capaz de hacer una caricatura totalmente deforme y brutalmente parecido al personaje.

Lo conocí el mismo año de 1987, en octubre en diario La Prensa, él era precandidato presidencial y escribía los editoriales del diario, lo vi subir unas gradas con su sonrisa retorcida en la bondad, su pelo de canas breves en el afán de resistir las épocas que volaban como un pajarito en el pecho rojo del hombre. Se me acercó y me abrazó, como un padre que ve su hijo huérfano, con su voz adormecida en el tiempo sonoro de las películas en blanco y negro; me dijo que no firmara tan grande mis dibujos. – Ponga su firma en donde haya mas espacios blancos – y yo lo miraba como si con los ojos se escuchara mejor sus palabras y anotaba en mi memoria cada detalle, él me pedía una página blanca y me dibujaba, acá esta su nombre en sus rostro de niño decía… Y lo miraba irse con su chumpita beige con un forro en rojo cuadriculado, como un maletín de viajero triste.

El maestro Raviber nunca lo volví a ver en San Pedro Sula.

En el 2002 me lo encontré en la librería Metromedia de Tegucigalpa en la presentación de un libro mio de caricaturas políticas, se me acercó y de nuevo compartimos, yo ya no era el niño aquel que abrazó como un huérfano, y ahora más bien parecía que el huérfano era el día que estaba ya por irse, y él con una copa de vino me decía – lo que me gusta de su caricatura es que se ve como si fuera un relámpago de tinta, hay que tener una mente veloz para saber que quiere decir- yo me reí y le pregunté – ¿que quiere decir doctor? – y nos reímos los dos, y me habló de sus estudios de caricatura en Bélgica en los años 60, y que terminó por ser médico de perros y gatos. – mi sueño era ser caricaturista de verdad, y no como ahora que publico de vez en cuando, decía. – Tiene suerte doctor, estar dibujando todos los días, es peor que estar frente a un perro y descubrir que no es eterno – le decía. Y él pensando sabia que era cierto…

Expusimos varias veces nuestro trabajo juntos y con los demás compañeros. Hablamos en universidades muchas veces sobre este arte tan difícil en tiempos que nadie entiende el humor.

El miércoles 20 de junio del 2012, Darío Banegas me llamó horrorizado por la muerte de Raviber, que unos minutos antes se había dejado a la mano azul de la muerte. Abandonó sus lápices y se fue Raviber.

Fuimos un grupo de caricaturistas a su funeral en medio de un círculo fulminante de ricos y encaprichados hombres y mujeres de la real sociedad, versados artesanos en golpes de Estado, entre la burguesía y las luces doradas del lujo estaba el hombre amortajado bajo la bandera nacional.

Napoleón Ham recordaba con sus palabras a Raviber y decía que siempre era un placer de maestros platicar con él, Banegas evocaba la tarde en que coincidió con él en las páginas del Heraldo. Y yo no decía más nada, y pensaba en la enorme caricatura de la peatonal, y en los tiempos frescos del golpe de Estado, donde el apoyó y alimentó su imaginación con caricaturas a favor del Gorilato, que el mismo con su familia, décadas atrás había sufrido. Pero había respeto entre nuestras ideas, y esa noche de vela compartimos el recuerdo con sus hermanos y amigos, salvando las distancias del garrote, dábamos el pésame del dolor que se impone ante cualquier ideología y condición.

Estar en un ataúd encerrado para siempre es la más grande tragedia de un humorista en este mundo.

Nos despedimos de él. Le entregamos una corona de rosas recientes, con una caricatura sembrada entre sus hojas y nos fuimos de esa sala gris.

La madrugada era una mancha de tinta y la caricatura del mundo aún estaba allí.

                                                              —————– Allan McDonald —————–


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