Tegucigalpa, Honduras | Reporteros de Investigacion. «He venido dos veces por semana para pedir ayuda. Vengo desde el barrio La Laguna. Lejos de acá», dice y baja la mirada.
Para llegar hasta acá atravesó el camino de tierra. Más de un adulto mayor ha escapado de caerse en esta senda pedregosa.
Antes de llegar hasta aquí, desde la calle pavimentada, situada cerca de este edificio con oficinas estatales, se divisa al fondo la fila de personas mayores y gente que vive con dispacidad, todos amontonados, algunos llevan mascarillas polvorientas como si las hubieran usado de manera consecutiva por varios días. Al final de esta senda, en medio de un botadero de basura, cerca de la ribera del río de aguas turbias, una mujer ve la escena junto a su hija.
El señor que viene desde el barrio La Laguna, al norte de la ciudad, es un ex obrero de la construcción o ex albañil, como les dicen acá. Su mano derecha le tiembla, debe tener más de 60 años.
-No, no tengo jubilación responde. Cuando el gobierno de Callejas, yo trabajaba en una compañía y quitaron el seguro; logré siete años, después trabajé independiente y no me preocupé. Ahora vengo dos veces por semana porque necesito ayuda del gobierno. Tengo varios meses y nada de bono me ha salido.
A medida pasa el tiempo y el sol arrecia, van llegando más personas a la oficina gubernamental que promete bonos para la tercera edad y para personas con dispacidad.
Una camioneta Honda, blanca con rines de lujo, que sale del edificio contrasta con el paisaje lleno de personas mayores detrás de un portón negro oxidado, con un arbusto seco en la parte superior.
-Muchacha, grita una señora frente a un rótulo roto con la leyenda: Ventanilla de atención.
– ¡Atiendanos. Ah no es que ya son las 12, anda comiendo! hay que respetar el almuerzo de ella.
Otra persona se queda esperando en la ventanilla.
Cuando por fin aparece un empleado, viene hablando por celular.
-Ya mañana usté solo viene a llenar la ficha, le dice el empleado de gobierno, al señor.
La ventana se llena de gente que quieren pedir ayuda.
A menudo salen por una puerta de esta oficina, empleados estatales con chalecos azules y propaganda gubernamental, pintada en el vestuario. Salen para escuchar los problemas de cada persona y dar respuestas.
– Soy de muletas, soy de muletas, grita un señor frente a la ventanilla de atención.
-«Perese» esa planilla no se ha pagado, se oye al fondo.
Ahora se deshizo la fila y en cada puerta, hay un grupo hacinado a la espera de alguien que les atienda.
Las voces se escuchan revueltas. En el barullo confuso unos preguntan -«¿están para pago?», «Ah no. Hay que llenar planilla», «solo es de esperar, dicen», «sólo tienen que esperar que las llamen» , » hagan fila», «ahí está la fila, be Juan», «que dicen que esperemos que nos convoquen, que estamos en la planilla pero que todavía no la están pagando», «él dijo que nos van a convocar que tenemos que esperar», «sólo hay que esperar nada más», «Pero habrá que llenar ficha», dice con duda otra señora.
– ¿Joven más o menos cuándo hay pago?
-Eso no sé porque esa planilla no la han autorizado para pago.
Otro señor con pelo negro y camisa morada, luce desorientado, tiene arruguitas a la orilla de los ojos, lleva zapatos café y cordones azul acua que combinan con una pulsera en su mano izquierda, mete las manos en las bolsas del pantalón, ve hacia abajo. Saca las manos, ve su tarjeta de identidad, pasa su tarjeta de una mano a otra, se acerca a la ventanilla de atención. Habla pero en el murmullo no se distingue lo que dice.
-Llevo cuatro años buscando la manera de que me ayuden y más con las deudas, tengo montón de deudas, cuenta otra señora. Carga una niña con vestido rojo, que sufre una discapacidad. La pequeña duerme en sus brazos y otro niño de unos siete años la sigue.
Cada quien es una historia de vida y de espera por el bono que da el gobierno.
-Tenemos que esperar que la guía de familia nos vaya a llamar, conversa otra señora.
-¡Be ay viene Panchita!, anuncia una persona del grupo y se alegran. Panchita lleva un chaleco azul oscuro con letras blancas que dice «Vida Mejor».
-Están para pago, se oye.
«Panchita» plática con ellos un momento, carga una botella de Coca Cola de dos litros. Luego se aleja, camina con agilidad se mete entre la gente.
Del tumulto a dónde se metió Panchita, sale María.
María viene caminando despacio, trae un morral en la espalda, hace tres días salió de su aldea rural al oriente del departamento. Tiene 74 años.
«Tengo tres días de venir a esta misma oficina».
-Me han dicho que en la tarde y en la mañana y así se la han llevado. Me han dicho que me han llamado y no he respondido.
María ve poco y camina despacio. El bono se llama diez mil y lo entregan desde 2014, pero la máxima cantidad que ha llegado a recibir María son ochocientos lempiras en un año, dos mil al siguiente y tres mil lempiras en otro año, nunca diez mil lempiras.
La tarde de ayer, le dijeron que volviera está mañana a preguntar por Rony que era el encargado de su caso.
Hoy Rony le repondió que vuelva mañana y que busque a otro que es el encargado.
-Ya no le podemos ayudar en otra cosa más, ya se le dijo que tiene que esperar a que la llamen, entienda por favor, le respondió Rony.
Su esperanza es que va a regresar mañana porque le dijeron que vaya a ver a otro muchacho.
-Cómo va a creer que un ciego va a ir buscar gente sin poder ver, dice María y en vez de llorar, hace bromas de los días en que ha tenido que venir a preguntar por el bono.
-Ya por último, el muchacho tronó los dientes y se fue, solo pasaban al que estaba en lista, cuenta María. Quiere este bono para sus medicinas de la hipertensión, la depresión y para reparar su casa que se cayó por las tormentas. Aún no llega. Lo ha esperado desde 2019 que se anotó.
«Yo he oído que dicen que a la tercera edad llegan a dejarle el bono a la casa y está es la tercera vez que vengo. Las esperanzas nunca se terminan», plática y sonríe.

