Por: Carlos Méndez.
Tegucigalpa, Honduras | Reporteros de Investigación. El nombre que con que nos llevaron nuestros progenitores a la pila bautismal, tiene una importancia bastante profunda más allá de nuestro físico biológico. Nuestros nombres propios podrían marcarnos para toda una vida.
Por eso, nuestros procreadores tuvieron entereza de seleccionar bien el nombre a sus recién nacidos, hembritas o varoncitos. En el siglo anterior, nuestros rectores de parentela, siguieron una normativa que les pareció honrada y decente: recurrir al almanaque Bristol, como consigna cristiana de la iglesia católica, antes de llevar a sus recién paridos al bautismo en la iglesia del pueblo. No había pérdida. Cada personita que nacía en cualquier mes ya tenía el nombre seleccionado de algún santo o santa del bendito anuario. De allí, resulta ser que, a algunas personas les fue bien con sus nombres bonitos del calendario, pero otros no tanto. Lo decimos sin mofa, pero a algunos no nos fue bien. Podríamos ir por un paseo histórico cronológico y nos encontraremos con nombres propios de antología. Algunos continúan respirando entre nosotros
En Honduras, este mes, agosto, que está dedicado al matrimonio y la familia, tiene algún sentido de aprendizaje, el poder resignificar los nombres propios con que nuestros padres nos marcaron para siempre. Para mal o para bien. Así que, dentro del paseo fidedigno de dichos nombres nos encontramos en enero con Aquilino, que nació el 4 de enero, Juan Nepomuceno y al día siguiente, Epifanía. En ese mismo mes, nace Nicanor, Agatón, Prisca y Liberata. En febrero, los abuelos ancestrales llevaron al Registro de las personas, luego de pasar uno, tres cuatro, y hasta un año de olvido y aburrimiento a Cirilo, Policarpo, Severiano y Leandro. El domingo de cuaresma nació Aniceto, Candelaria y Leandro. El miércoles de ceniza, la suerte la tuvo, Pascasio, Claudio y Primitiva. En marzo tuvo la fortuna de venir al mundo Octaviano, de ingratos recuerdos para la feligresía condenada a convivir con el Dios Baco y de cuyas garras sedientas, se liberaron los espíritus más valientes como audaces y que no cedieron su opción a ser libres y felices alguna vez.
Ciriaco nació en junio y Basilio también.
Todavía hoy en día, muchas almas caminan orgullosas o deambulan, que es diferente, con el sello de Bristol o el almanaque de la Escuela para todos, como personas perdidas o bendecidas, porque repetimos, el nombre propio nos marca para siempre. Y por eso, casi un siglo después, poco a poco las generaciones paternales y matriarcales han venido desmarcándose de lo pautado en los almanaques y pasamos a una era de invención, otra vez, para mal o para bien y optamos, unos por colocar nombres creativos y originales a los hijos e hijas. Pero otros no tanto, como en la zona de la moskitia hondureña y otros lugares enterrados por la indiferencia que, al llegar al sacerdote, este tuvo que despacharlos a sus casas con todo y sus inocentes criaturas, porque se les ocurrió de repente que su retoño debería llevar el nombre de figuras presidenciales de ingratos antecedentes como Roberto Suazo Córdova o Rafael Leonardo Callejas y en ringlera, otros de procedencia obscena para moralistas. Vaya usted a saber.
Vamos a otro extremo: como el gusto de los mestizos de la ciudad, comelones de frijoles parados, o fritos con manteca de chancho, pero con una mirada extranjerizante para marcar a sus hijos que, si no son vivos y consultan ley para cambiárselos, vivirán eternamente con nombres como: Williams Jefferson, Emily, Yensi, Yanni (uuy!), Christopher, John Edward, Donald, Ronald, (de Reagan), este último, en honor al vaquero funesto de la Casa Blanca y que hizo mucho daño a los pueblos de Honduras, Chile y el mundo entero. Otros llevan clavados como en la cruz, nombres titulares copiando gentilicios de la moneda verde papel estadounidense. También recurrimos a nombres bíblicos sin ton ni son a sabiendas, con excepciones extraordinarias; de David por ejemplo (El mozalbete, el escogido celestial, que con una pedrada liquidó en un dos por tres, al matón de Goliat); por lo demás como no tenían ganas de esforzarse un poco en un santiamén, etiquetaron a sus semillas con titulares que corresponden a personajes oscuros como pederastas o sanguinarios, para cualquier cristiano que tenga la osadía de averiguar o leer un poquito. No los vamos a repetir por respeto al público.
En este andar, nos encontramos con la genial idea de ponerle nombre a las crías con nombres de jugadores famosos como cristiano (disimulando el Ronaldo), Lionel (por Messi) y un largo etc. Así somos en las Honduras de esta cintura del continente. Una cosa es cierta: se debe querer y respetar la decisión de todo núcleo familiar, poner el nombre que quieran y deseen para sus seres amados que engendran y nacen; y éstos últimos, amando su sello con pasión, aunque a ustedes ni a los vecinos nos guste un carajo, porque, al fin y al cabo, “no es el hábito lo que hace al monje”.
En el mes del matrimonio y la familia, mientras escribíamos esto, se nos ocurrió “soplar” virtualmente al Registro Nacional de las Personas (RNP) para indagar sobre cuántos hondureñitos y que nacieron entre 2009 y 2021, fueron citados con el nombre de Juan Orlando. No contestaron nada.
A saber, por qué. Pero lo sabremos.
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