RI tuvo acceso a una Casa Refugio para sobrevivientes de violencias de género.
Tegucigalpa, Honduras (Reporteros de Investigación). Un jardín con flores, hojas húmedas y arboles altos conduce al pasillo de exigua luz artificial con accesos restringidos por niveles.
Es un edificio sobrio que parece una vivienda más de la ciudad que acoge al refugio; el pasadizo tiene varias puertas, unas cerradas y otras abiertas. La que está el final, al abrirse, muestra un mundo impensable de mujeres que han estado cerca de la muerte.
La ubicación del refugio, las ciudades donde está cada uno, es de por sí ya un misterio para proteger a las mujeres, a las defensoras y ahora al equipo de Reporteros de Investigación.
Esta parte del refugio al que se pudo tener acceso tiene varias hileras de cama, colores claros, insumos médicos.
-Pasame los guantes Chayito que esta bolsa de orines está llena ¡vos! Hay que cambiarla ya, antes de que entren las otras que están de turno.
Mientras habla, Miriam se va agachando hacia un lado de la cama de Sandra. Chayito siempre tiene una sonrisa.
Miriam se pone los guantes y levanta la bolsa de drenaje pegada a la sonda que baja desde el catéter metido en la vejiga de Sandra.
-¡Ay no! yo estaba furiosa porque llegamos a la clínica y una mujer nos trató mal. Y en las demás clínicas privadas donde hemos ido, la han tratado como un pétalo, platica Miriam y al mismo tiempo vacía la bolsa de drenaje en una bacinilla improvisada.

Miriam se levanta, se asoma a la orilla del lecho, contempla un instante con los ojos simpáticos. Sandra se toca tímidamente la cara, el cuerpo como si quisiera esconderse o taparse con sus brazos, sube la sabana para taparse hasta el cuello.
Chayito la acaricia, le hace bromas y juega con ella, le hace preguntas; Sandra no responde, solo la ve y sonríe sin despegar sus labios.
-Ya nos vamos, pero ya vienen las otras que están de turno y te van a cuidar ¿oíste?, dice Chayito y mirá, ella te va hacer unas preguntas.
Miriam y Chayito salen de la habitación. Sandra se tapa su cuerpo con la colcha.
-Queremos hacerle unas preguntas para sacarlas en el periódico y contar cómo la están tratando. ¿Cuál es su nombre?
-Sandra del Carmen Hernández
-¿Cuál es su edad?
-¡Fíjese! que yo no sé
-¿De dónde es originaria?
-De dónde qué
-¿Dónde vivía?
-En Guata, Olancho
¿Cómo la han tratado aquí?
-Eh bien
-¿Cómo se ha sentido?
-Bien
-¿Ya está más tranquila?
-Sí
-¿Vi que estaban atentas con usted?
-Sí ellas son bien atentas
-¿Cada cuánto vienen a atenderla?
-Cada ratito vienen
-¿Cuándo la trajeron?
-No me acuerdo
-¿Cómo venía?
-Venía bien mal
-¿A medida que ha estado acá qué tal?
-Mejor
-¿Platican con usted acá?
-Platican de Dios
-¿Cuántos niños tiene?
-Cuatro
-¿Con quién están?
-Con un tía
-¿Ha visto a su tía?
-No
-¿Les quiere mandar a decir algo a sus hijos?
-Saludos
-Muchas gracias Sandra por aceptar platicar con nosotros, Sandra sonríe y al fin despega un poco sus labios, durante la plática, permaneció aferrada a la franela con cuadros.
Deja ver los daños que las caries han hecho en sus dientes, pero su caso no es único, las picaduras dentales son un problema de salud pública, mayormente visible en las mujeres de las zonas rurales de Honduras.
Sandra tiene 28 años, es de tez morena, rasgos mestizos, le cortaron el pelo negro y largo que tenía para poder sanar sus heridas. Ve hacia el fondo del cuarto mientras la puerta se cierra.
A la par de esta habitación, hay una sala con papelillos de colores, parece un taller de manualidades, ahí Chayito y Miriam esperan.
“Ya está mucho mejor, tuvimos que cortarle el pelo porque traía la cabeza herida y ya las heridas están cicatrizando, tiene la espalda señalada y perdió uno de sus brazos. Las heridas tocaron sus nervios y por ahora no puede caminar y debe orinar por una sonda, los médicos dicen que tuvo milímetros milagrosos porque su agresor estuvo a punto de acabar con su vida, nosotras creemos que habla poco como parte de todo esto que ha vivido”.
Para las defensoras, este no es el primer caso, ya han tenido situaciones de igual complejidad emocional y física así que tienen experiencia en manejarlo con técnicas, procedimientos, lenguaje adecuado para evitar la revictimización y para eliminar con su amor, el terror de esta experiencia.
Sandra recibió 14 heridas e ingresó al refugio el 14 de febrero de 2019, el Día del Amor y la Amistad.
Desde que Sandra fue llevada al refugio, le falta un brazo, pero tiene más manos que antes, porque grupos de mujeres se turnan durante 24 horas para cuidarla, mimarla. No solo las defensoras, también el personal administrativo está trabajando horas extras de manera voluntaria porque su caso es considerado como delicado. Las mujeres quieren que Sandra vuelva a sonreír, a hablar con fluidez a ser feliz y a vivir con plenitud aunque para ello no tengan más apoyo que la fuerzas de su solidaridad, esperanza y voluntad.
Mientras tanto, desde el Estado esta y las demás casas refugio están en peligro de cierre pese al cuidado especial que requieren las mujeres.
La Tribuna de Mujeres Gladys Lanza y la Coalición Todas han denunciado que el Estado le quitó el presupuesto a la la Red de Casas Refugio. La denuncia se viene haciendo desde octubre de 2018.
Unas horas antes de la entrevista, Sandra había hablado con sus hijos. Su pequeño de tres años le preguntaba por teléfono: “te moriste Sandra”. Sandra está renaciendo en uno de los refugios.