Tegucigalpa, Honduras | Reporteros de Investigación. El agua de las flores. Eso quiere decir Santa Ana de Yusguare, un municipio creado por indígenas en el siglo XVIII. Tiene calles planas y árboles frondosos. La gente se conoce con nombres y apellidos.

En el resto de Choluteca hace calor, pero en Santa Ana de Yusguare, las arboledas lo hacen oscuro y fresco. Callejuelas estrechas rodeadas de casas conducen de una cuadra a otra y los vecinos pueden decir de memoria quien vive en cada sitio.

María Inés Rodríguez, tenía 73 años. Sufría una discapacidad y se sentaba cada día a ver pasar a las y los niños que iban a la escuela, cercana a su casa.

Caminaba descalza. Era una persona mayor, humilde. Indefensa. Nunca se casó. Tampoco tuvo hijos. Era conocida y su vivienda era un punto de referencia en este municipio. La gente la quería porque los niños la saludaban cada mañana al llegar y al regresar de la escuela de la comunidad.

Ella siempre estaba en la puerta. Sonriente. Le decían Ney.

La mañana del 16 de julio de 2017. La comunidad se despertó con la noticia: Mataron a Ney. Tenía señales de violencia sexual. Quienes la asesinaron, usaron su ropa interior para atar su boca, ritualizaron su cuerpo, aplastaron su cabeza contra la pared. La asesinaron con una saña inexplicable. No hay forma para que la comunidad pueda entender un crimen tan horrible para una persona tan desamparada que no le hacía daño a nadie, pero lo más horrible es que a siete años de una muerte tan abominable el olvido estatal haya vuelto a matar a Ney aun con más crueldad.

Hay supuestos sospechosos cercanos a la víctima, relacionados con un tema de una simple pequeña propiedad en la que ella pasaba sus últimos días, pero no hay respuesta de las autoridades de investigación criminal.

Los lugareños comentan —con miedo— que fue algo horrible, tienen todavía sentimientos encontrados por la brutal forma en que le arrancaron la vida, las señales de lucha por vivir. La triste camita en la que dormía, los restos en sus uñas, las señales de forcejeo en su piel otoñal y pensar que quizás esa noche ni siquiera había cenado.

La sorpresa para toda la gente inició esa mañana porque no la vieron sonreír ni ver a los niños cuando iban para la escuela. Aunque María Inés Rodríguez es una víctima desprotegida e inocente lleva siete años sin justicia.

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